Editorial

De la condena a Jaume Matas, de corrupción y de moral

Jaume Matas Palou es desde este martes el cuarto ex presidente autonómico al que la Justicia condena por corrupción. Antes ya fueron condenados por similar delito otros tres ex presidentes

Jaume Matas Palou es desde este martes el cuarto ex presidente autonómico al que la Justicia condena por corrupción. Antes ya fueron condenados por similar delito otros tres ex presidentes autonómicos. Un número de condenas las acumuladas hasta la fecha, cuatro, que se antoja muy escaso, habida cuenta del bacanal autonómico del que venimos y en el que vivimos, en el que más de uno –y seguro que más de cuatro– ha hecho con ese dinero público que no es de nadie lo que mejor le ha parecido, que para el sufrido contribuyente suele ser por defecto lo peor.

En un país donde el saqueo de lo público es una de las causas principales que nos han conducido al pie del abismo, por fin hay un rey de taifas, un golfo de tantos –además de un hortera con pretensiones-, que va a dar con sus huesos en la cárcel. Y pese el regusto amargo que supone certificar que en muchos casos estamos gobernados por delincuentes de cuello blanco, la condena al palmesano es un alivio que evita a las personas corrientes, al menos por unos días, tener que ir con cara de tontos por la vida. Ahora queda por ver si en el recurso no nos aguan la fiesta.

Sin embargo –¡oh, sorpresa!–, no todos parecen conformes con la condena del granuja. Algunos medios, sin excesivo disimulo, siguen defendiendo al personaje, tal vez por extensión de la famosa frase atribuida al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Otros hay, en cambio, y muy notorios, que tras pastueño encame con el pendejo en Palma y aledaños, ahora le zahieren con la virulencia del converso, sin la piedad debida a francachelas pasadas. A final, un caso tan flagrante y vergonzoso de delincuencia política, es decir, de corrupción, como el que nos ocupa, está también poniendo de manifiesto las miserias, incluso la corrupción, de la profesión periodística.

Para saber de dónde le vienen los vientos a estos desnortados paladines del ex presidente balear hay que entender que la corrupción de los personajes políticos, y por ende de la política, no tiene relación alguna con la moral, o si se prefiere con la laxitud de la moral, por más que algunos se empeñen en llevar el debate a cotas tan elevadas. Su causa y origen, su principio y fin, es meramente material. Es el sucio dinero. Y aquel que supo regar con él generosamente a cuantos le aplaudieron y siguieron su juego cuando era menester, llegado el momento verá el favor devuelto, aunque sea por mero compromiso. Dinero y favores. Favores y dinero. No hay más.

En definitiva, la relación que en España mantienen la política y el periodismo a día de hoy poco tiene que ver con la moral y sí mucho con lo material, lo cual es, sin duda, causa y razón de la situación terminal por la que atraviesa este antaño noble oficio en nuestro país. Tanto se ha regado con dinero ajeno desde tantas partes que siempre surgirá algún auxiliador que, contra viento y marea, defienda al condenado, al sinvergüenza o al chorizo. Es lo que tiene la corrupción, que Dios los cría y ellos se juntan. A ver si con un poco de suerte les jubilamos a todos e impedimos que nos amarguen la fiesta.

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