Editorial

El chapapote de la corrupción ¿hasta cuándo?

 

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  • El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, durante su intervención en la sesión de control al Gobierno.

La sesión de control que inauguró ayer el período de sesiones del Congreso de los Diputados resultó la puesta en escena, cínica y desvergonzada, del memorial de corrupción con el que se nos viene obsequiando a los españoles desde hace tiempo por parte de sus grandes protagonistas, en este caso los dos grandes partidos, PP y PSOE, que se dedicaron a lanzarse abundantes raciones de fango, sin autocrítica y sin propósito de enmienda alguno, aumentando así la ola de descrédito que amenaza llevarse por delante no sólo a sus organizaciones, sino al porvenir de la libertad y de la estabilidad de la nación. A velocidad vertiginosa se van conociendo hechos y conductas que nos permiten explicar algunas de las causas, quizás las principales, de por qué hemos llegado al más temible de los desvaríos: poner el poder público en las alcantarillas. La situación es tan grave que es necesario ponerle fin antes de que sea tarde.

Durante largos años se ha desarrollado en España un modelo económico especulativo, que fue sembrando en el país cierto grado de bienestar. Esa prosperidad sirvió de coartada para que la sociedad tolerara la connivencia creciente entre la política y el mundo de las finanzas y de los negocios que, paulatinamente, se fue convirtiendo en una tela de araña en la que no resultaba fácil distinguir lo público de lo privado: los partidos políticos, transformados en instrumentos de la trama, se fueron llenando de profesionales del negocio que oscurecían o preterían a aquellos que, de buena fe, pretendían el servicio público. Inicialmente se produjeron chispazos y controversias, pero, progresivamente, los díscolos desaparecieron y las estructuras partidarias quedaron en manos seguras y prometedoras. Las hemerotecas prueban lo que afirmamos.

En paralelo con el asentamiento y desarrollo de ese modelo, se difuminaban o abandonaban los valores de exigencia y moderación y se ensalzaba lo contrario. Casi todo, incluidos los medios de comunicación, públicos o privados, se puso al servicio de ese nuevo evangelio especulativo que dio su primer susto en la crisis del 92, rápidamente olvidado cuando en el 96 la máquina especulativa, con la ayuda inapreciable de las grandes empresas constructoras y de un sistema financiero inoculado de políticos, se dedicó a llenar España de pisos y aeropuertos, trenes, autopistas, universidades, edificios tan emblemáticos como inútiles… de forma descontrolada. La trama, y la trampa, fueron engordando y los integrantes de la primera podían mantener sus organizaciones perfectamente engrasadas para hacer honor a su parte en el gigantesco negocio. Lo de los sobres es una parte de ese “negocio”.

La burbuja hizo crack, con las consecuencias que son conocidas, y los españoles, abandonados a nuestra suerte y esquilmados, tenemos que sufrir este insensato ajuste de cuentas verbal entre los que han tenido todo el poder y toda la responsabilidad, bien en el gobierno bien en la oposición. Todos tenían su parte del pastel, que va adelgazando a gran velocidad. Y el problema es que no lo quieren reconocer: no tienen la menor intención de cambiar nada y menos de limpiar sus establecimientos. Lo ocurrido ayer en el Congreso de los Diputados demuestra, en nuestra opinión, que, si no media un milagro, los españoles tendremos que ejercer nuestros derechos, de una u otra forma, para rescatar al poder público de las alcantarillas.

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