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Javier Milei y la táctica del babuino de Anubis

Javier Gerardo Milei Luján nació el 22 de octubre de 1970 en el barrio de Palermo (Buenos Aires, Argentina), uno de los 48 en que está estructurada la ciudad. Es el mayor de los dos hijos que tuvieron No

  • Javier Milei y la táctica del babuino de Anubis. -

Javier Gerardo Milei Luján nació el 22 de octubre de 1970 en el barrio de Palermo (Buenos Aires, Argentina), uno de los 48 en que está estructurada la ciudad. Es el mayor de los dos hijos que tuvieron Norberto Horacio Milei, que cuando nació Javier era conductor de autobús municipal, y su esposa Alicia Luján Lucich. Una familia de clase media-media en la que el padre, un gigantón de 1,90 metros y muy mal carácter, acabó prosperando y creó su propia empresa de autobuses. La madre se dedicaba a la casa y a los niños: Javier tiene una hermana dos años menor que él, Karina, que fue siempre uno de los personajes fundamentales de su vida.

Javier Milei fue un niño extraño desde que nació. No es que fuese tonto, que no lo era; la palabra es “extraño”. Un crío antojadizo, irritable, débil y berrinchudo a la vez, que alternaba su profunda timidez con arrebatos de ira que sacaban de quicio a su padre. Entonces este sacaba “la mano a pasear”, como se decía entonces, y golpeaba severamente al chiquillo, al tiempo que lo cubría de improperios. La madre callaba y no hacía nada… en el mejor de los casos, porque a veces también la emprendía a insultos con el chiquillo. Así que Milei fue víctima de malos tratos físicos y psicológicos, como se dice hoy, aunque en aquel tiempo y lugar se interpretaba que el padre simplemente tenía la mano larga. Como tantos. Aquel comportamiento no era una excepción ni mucho menos.

Pero es que lo mismo le pasaba en la escuela. Milei hizo sus estudios primarios y secundarios en el colegio Cardenal Copello, en su nuevo barrio de Villa Devoto, mucho más elegante y high class que aquel en que nació. Era el típico niño “raro”, cabezón y de profundos ojos azules; llorón retraído, a veces iracundo y muchas más veces inaguantable… pero no especialmente fuerte, lo cual atrajo sobre su cabeza el desprecio, las vejaciones y los golpes de los demás chavales del colegio. Los chicos le llamaban El Loco, mote que conserva hoy. A esto en nuestros días se le llama bullying. Entonces simplemente se decía: “Si te llevas mal con los compañeros será porque les has hecho algo, niño repelente e insoportable. Vete a hacer los deberes y déjame tranquilo”. Javier Milei cortó toda relación con sus padres hasta fechas muy recientes.

Una infancia difícil y nada idílica, pues. Milei se refugiaba en su hermana Karina, muchacha también extraña, supersticiosa, de carácter arácnido y misterioso pero con un talento genuino para el márketing político y las relaciones públicas. Karina es la creadora de la imagen actual de Javier Milei, la inventora de sus patillas bandoleras y de sus gestos histriónicos cada vez que ve una cámara cerca (es obvia su intención de parecerse en las fotos al personaje de Lobezno, interpretado por Hugh Jackman en las películas de los X-Men); Karina es también la creadora de esa cabellera salvaje de su hermano, que parece haber ignorado la existencia de los peines desde que nació. Se ignora qué tipo exacto de relación mantienen los dos hermanos; a Javier Milei se le han atribuido dos pálidas novias de las que se sabe muy poco, pero está claro que el gran amor de la vida de Javier es su hermana pequeña, a la que llama “El Jefe”.

El otro gran amor de Javier Milei es su perro Conan, un mastín inglés. Está muerto desde 2017. Pero Milei, cuya situación financiera había mejorado mucho, decidió clonar a su mascota en EE UU. Le costó una fortuna pero logró cinco cachorros idénticos al original, a los que bautizó con nombres de economistas liberales. Es fama que la “vidente” Celia Melamed, una embaucadora que se dice “especialista en el contacto con animales que están en el más allá” y buena amiga de Karina, enseñó a esta cómo podía Milei hablar con su perro difunto. Hace ya varios años que el chucho es uno de los consejeros indispensables de Milei. ¿Era raro el tipo o no era raro?

Pues para unas cosas sí y para otras nada en absoluto. Javier Milei, que había decidido estudiar Economía, también quería ser futbolista (nada extraño, estamos hablando de un argentino) y jugó de portero en algún equipo. Y estrella del rock: le gustaban los Rolling Stones y hasta llegó a crear una banda de chavales que se hacía llamar Everest. Nada fuera de lo común.

Los secretos del éxito de Milei son dos: su originalidad (nadie se parece a él, de eso se ocupa su hermana) y su absoluto histrionismo. En principio, no tenía por qué haber llamado la atención de nadie. Se licenció en Economía a los 23 años, en la Universidad Belgrano de Buenos Aires. Sus notas eran buenas. Hizo los cursos correspondientes y sacó el doctorado no mucho tiempo después. Se puso a dar clase, pero no fue bien: en el aula se comportaba como un desquiciado que no dejaba de gritar atrocidades, insultaba a los alumnos y terminaron por despedirle de la universidad privada UADE.

Trabajó luego en diversas empresas, bancos y organismos, unos privados y otros públicos. Todos esos empleos tienen una cosa en común: duraban más bien poco, quizá porque el histriónico y megalómano Milei no estaba hecho para trabajar en una mesa con un ordenador y un teléfono. Su afán fue siempre llamar la atención. Aquella debió de ser la época en la que investigó el sexo tántrico (o así lo llamaba él), que básicamente consistía en acostarse con varias personas a la vez aromatizándolo todo con unas gotas de filosofía oriental y música de sitar. En este aspecto, Milei ha insistido siempre mucho, pero mucho, en que lo que le gusta son las mujeres.

Llevaba camino de convertirse en un payasete listo y con labia, perfecto para entretener a señoras pudientes. Cuando apareció en el célebre programa de Mirtha Legrand, La noche de Mirtha (una cena elegante y televisada, con varios comensales, por la que pasaba “todo el mundo”), demostró que sabía manejar perfectamente los cubiertos, lo cual era un tanto a su favor. Pero ya para entonces había desarrollado sus particulares embelecos político-económicos y se definía como “libertario y anarcocapitalista”, expresión que posiblemente entenderá él; en otras ocasiones como “minarquista” o como “libertario austríaco con fuerte base matemática y especialista en dinero y crecimiento”. Por ahí seguido. Hacía gracia.

Su elemento natural, por tanto, era la televisión. Apareció en numerosos programas de todo tipo (lo mismo que Donald Trump) y llegó a tener, entre 2022 y 2023, su propio espacio, llamado Cátedra Libre. En todos se comportaba más o menos igual: era un provocador que hablaba siempre a gritos y usaba constantemente un lenguaje grosero, un tipo que enseñaba los dientes y a quien no le importaba en absoluto contradecirse, que insultaba a quien se le ponía por delante y que parecía disfrutar sacando de quicio a la “gente bien”… a la que en realidad defendía. En otras palabras: oro puro para ganar audiencia en los programas de telebasura. O a los que su presencia convertía en telebasura.

Pudo haberse quedado en eso, en un clown televisivo con estudios de economía. Pero ocurrió una desgracia: su país, la República Argentina, estaba regresando a las profundidades de una crisis económica de la que parecía no haber salido jamás desde los años 60 del siglo XX. El malestar, la miseria, la desigualdad y la precariedad aumentaban por todas partes, lo mismo que la corrupción, y eso es campo abonado para la proliferación de algo que a lo largo de la historia se ha llamado de muchas maneras: la última, la actual, es “populismo”, que las más de las veces (no todas ni mucho menos) va asociado a ideas, grupos o movimientos nacionalistas y/o de extrema derecha. Y Milei, el Loco Milei, empezó a pensar en la política. Eso fue hace muy poco, en 2019. Se afilió al “Partido Libertario”, del que fue nombrado presidente en el mismo acto público de su afiliación.

Tuvo un éxito innegable. Como lo tuvieron Trump, Bolsonaro, la italiana Melloni, el salvadoreño Bukele y tantos más. Los argentinos se sentían engañados, estafados y vejados por una clase política (a la que Milei llamaba “la casta”, término acuñado en España por el partido de ultraizquierda Podemos) que había demostrado durante muchos años su incapacidad para solucionar los problemas de los ciudadanos. Quiere esto decir que el electorado dejó de confiar en la “zona centro” del tablero político, que es lo que sucede en las democracias maduras y consolidadas, y empezó a poner su más que harta voluntad en los extremos. Y ahí les estaba esperando Milei.

Enemigo declarado del aborto. Enemigo más declarado aún del Papa Bergoglio, un icono para la inmensa mayoría de los argentinos, a quien él llama “encarnación del Maligno” y “protector de comunistas”. Negacionista del cambio climático. Antivacunas y contrario a los confinamientos para contener la covid-19 (pero él se vacunó, ni que fuera idiota). Católico estudioso de la Torá, del Talmud y seguidor del judaísmo de Noé, pero los judíos le consideran un antisemita y un fascista. Enemigo (a tiempo parcial) de Rusia, China y Brasil, porque son, según él, “comunistas”. No se le cae de la boca la palabra libertad, concepto que curiosísimamente suele coincidir con lo que él piensa cada vez que se levanta por la mañana: todo lo demás es veneno marxista. Niega la cifra de desaparecidos y asesinados durante la terrorífica dictadura de Videla (1976-1983), dice que fue mucho menor. Enemigo declarado y combativo de la justicia social. Seguidor entusiasta de la figura de Margaret Thatcher mucho más que de las ideas de Margaret Thatcher, porque la “dama de hierro” al menos tenía ideas. Reescritor de la historia cada vez que se le antoja, y eso es frecuente. Defensor a ultranza de que las empresas contaminen todo lo que quieran. Defensor de la idea de que la propiedad privada está por encima de cualquier otra cosa, sobre todo de la igualdad. Machista orgulloso de serlo. Y dice que es liberal. Dice.

Todo esto en la tele, ante una audiencia de gente harta de mentiras y de corrupción. Y siempre a gritos, con palabras gruesas y modales de matón “elegante”. Era inevitable. Milei logró un escaño como diputado en diciembre de 2021, al frente de su partido Avanza Libertad.

Se presentó a las elecciones presidenciales de 2023. Todo el mundo (menos sus conciudadanos) daba por hecho que los argentinos no podían estar tan locos como para votar a aquel chalado que iba por todas partes vestido como un ángel del infierno y armado con una motosierra, que decía que había que destruir el Estado y cerrar el Banco Central y cambiar el peso argentino por el dólar y cortarle la cabeza (con la motosierra, claro) a todos los que no pensasen lo mismo que él. ¿Tenía razón en algo de lo que decía? ¿Al menos le entendía alguien? Claro que no, pero por lo menos sonaba nuevo, no era como aquellos políticos grises de corbata que llevaban robando (de nuevo palabras de Milei) desde hacía medio siglo.

El Loco Milei ganó las elecciones presidenciales argentinas al peronista Sergio Massa. Logró más del 55% de los votos. Y lo hizo dando zancadas por un escenario estrepitoso, agitando los brazos, chillando desde una boca abierta llena de dientes… y con la famosa motosierra. Tomó posesión en el Congreso Nacional el 10 de diciembre de ese mismo año, 2023. Ese día sí se puso corbata.

Las protestas no tardaron en comenzar porque lo de destruir el Estado, “carajo”, no era del todo cierto; pero lo de recortar pensiones y sueldos, lo de despedir funcionarios, dejar de subvencionar medicamentos, desamparar la educación y la sanidad pública, todo eso sí lo era. Y la gente se echó a la calle, todavía más pobre que antes. Y mucho más desesperada.

Este es el hombre al que el ministro español de Transportes, medio en serio y medio en broma, pero en unas declaraciones lamentables, ha llamado poco menos que drogadicto… pocos días antes de que el Loco Milei venga a España (días 18 y 19 de mayo). No verá al Rey. No verá al presidente del Gobierno (a quien no puede ni ver; igual es por eso). Vendrá a apoyar un acto político de la extrema derecha española, con Santiago Abascal como héroe.

Nadie sabe lo que puede durar Milei como presidente de Argentina. Pero muchos ciudadanos de ese país, cada vez más, empiezan a darse cuenta de lo peligroso que es votar con las tripas y no con la cabeza. Y van dándose cuenta de que lo que metieron en la Casa Rosada (la sede de la presidencia) no era un sueño sino una pesadilla. Que a este hombre no le llamaban desde niño “El Loco” por hacer un chiste.

Estas cosas no suelen acabar bien.

* * *

El babuino de Anubis o papión de Anubis (papio Anubis) es un primate catarrino de la familia de los cercopitecos. Vive en unos 25 países de África. Cada vez en más. Catarrino quiere decir que tienen la nariz alargada, como los perros; los monos chatos, como los chimpancés, se llaman platirrinos.

Es un mono listo y cruel, que tiene con frecuencia un pelaje de color oliva y que vive en manadas o “tropas”; estas tienen una complicadísima estructura social, como ahora vamos a ver, en cuya cúspide está el macho alfa o presidente de la república. El trabajo fundamental de este ejemplar no es llevar a su tropa a fuentes de agua seguras, proteger a las crías o buscar zonas con más recursos: su única función, aparte de la reproductora, es mantenerse en el poder. Como sea. Esa es su única táctica, su único plan.

El babuino de Anubis es omnívoro (come de todo, desde bayas o insectos a carne) y se adapta muy bien al terreno en que habita. Tonto no es, no. Pero llama la atención el peligro que corre siempre el líder de la tropa. Mantiene luchas constantes con otros aspirantes al “trono”, luchas ferocísimas en las que los contendientes abren la boca y enseñan unos colmillos tan grandes o más que los de los leones; agitan los brazos como locos para asustar al rival y, si la cosa se pone verdaderamente fea, pueden llegar a matar a su competidor. En estos casos se han documentado casos de canibalismo: el que gana se come al que pierde. Lo único que no hace, seguramente por falta de instrumental adecuado, es despedazarlo con una motosierra.

Sin duda por esta razón, el de líder o “macho alfa” es el puesto de más breve duración en la jerarquía social de los babuinos. Es muy raro que un líder dure más de un año y medio o dos años al frente del grupo. Cuando es vencido, el líder abandona la tropa, se exilia y acaba muriendo entre grandes quejas por la deslealtad de sus congéneres, la traición de sus leales y la falta de libertad. Carajo.

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