“Ventilación emocional”. Un término que para la mayoría de los lectores pueda sonar desconocido pero que representa una herramienta clave en toda tragedia o luto: hablar, ser escuchado, ser atendido. Tan fácil sobre el papel, tan complicado en un escenario de desolación. Tan necesario. “Ventilación emocional” es una expresión recurrente de la comandante María Romero García-Aranda. La emplea para definir la que fue, en parte, su misión en Valencia. Es psicóloga militar. Y junto a otros 24 compañeros de la misma especialidad fueron los sanadores de almas en la DANA.
Es quizá una de las misiones más desconocidas que han asumido las Fuerzas Armadas en Valencia. Son habituales las imágenes de militares de todas las especialidades barriendo, reconstruyendo, limpiando y despejando el caos. Buscando entre el fango. Evacuando personas en situaciones extremas. Todos ellos cuentan con un respaldo discreto, pero firme: el apoyo psicológico que les brindan sus compañeros, tanto a ellos como a los vecinos afectados.
La comandante María Romero García-Aranda es uno de ellos. Forma parte del Cuerpo Militar de Sanidad, aunque desde hace un año está integrada en la Brigada Paracaidista. A sus 39 años ha participado en numerosas misiones internacionales: desde el Líbano hasta Letonia. Y su labor como psicóloga militar robustece las capacidades de unos militares que se desempeñan hasta la extenuación, a menudo en situaciones o escenarios inhóspitos.
“Al final transmitimos la idea en el Ejército de que la psicología no sólo repara el malestar, también fortalece, es un ejercicio de protección y prevención ante eventos estresantes. Por ejemplo, preparamos mucho la adaptación antes de ir a zona de operaciones. Y allí, sobre el terreno, hacemos labores de intervención”, apunta la comandante en conversación con Vozpópuli. Y añade: “Cada vez existen menos prejuicios hacia la psicología. Es súper útil, no sólo en el plano asistencial, también en el de prevención. Fortalece muchísimo”.
Su misión habitual pasa por dar atención y seguimiento, impartir planes preventivos y de fortalecimiento a miembros de las Fuerzas Armadas. “Pero… estamos preparados y somos muy flexibles”, defiende la militar antes de hablar de su despliegue en Valencia: este viernes, 29 de noviembre, se cumple un mes del inicio de las tormentas que han rasgado la existencia de los vecinos de Paiporta, Alfafar, Benetúser, Sedavi… y así hasta 87 municipios afectados por la DANA.
"Medidas extremas"
“No es habitual que tratemos con civiles. Pero ante situaciones extremas, medidas extremas”, define la comandante. La provincia estaba sumida en un infierno de barro y lodo cuando la visitó por primera vez. Primero fue la Unidad Militar de Emergencias (UME) con sus propios psicólogos. Después, ante la magnitud de la intervención, se reforzaron las capacidades psicológicas con nuevos especialistas. Cabe recordar que se trata del mayor despliegue militar en tiempos de paz, superando los 8.000 efectivos.
Cada uno de esos 25 psicólogos se incorporó a las unidades militares a las que estaban adscritos. La comandante Romero lo hizo con la BRIPAC, que a su vez repartía sus capacidades por diferentes puntos de la provincia. “Me fui dividiendo: un día con la Primera Bandera, otro día con la Segunda, al siguiente con los zapadores...”, relata la militar. Habla de momentos duros, pero con entereza y orgullo del desempeño de sus compañeros.
¿Qué hace un psicólogo militar en una tragedia de tal magnitud? ¿Cómo empezar a abordar lo inabordable? “Me integré en las labores que [los miembros de la BRIPAC] hacían a diario, de limpieza y apoyo, en Paiporta y Alfafar. Me dediqué también a ir casa por casa, de la población civil, y ver cuáles eran sus necesidades”.
La psicóloga militar habla de “mucha organización” y “división de tareas” por parte de los militares que ya intervenían en la crisis: “Muchas ganas de trabajar, cada uno de aportar su granito de arena”. Confiesa también lo “impactante” que es enfrentarse a una “situación tan crítica”. Había que escarbar entre el lodo para llegar a lo invisible: al relato, al dolor, al alma de las víctimas.
“Es que… son situaciones que van in crescendo. Hay gente que ha perdido su casa. Hay gente que ha perdido su casas y su negocio. Hay gente que ha perdido su casa, su negocio y a sus seres queridos”. Es un trauma colectivo donde lo individual amenaza con distorsionarse o perder sentido. Los psicólogos luchan también contra esa marea, escuchando y atendiendo, con palabras o, a menudo, con el silencio de un abrazo.
"Dignidad"
“Yo me acercaba de la mejor manera posible. Veía a gente limpiando o llamaba a las puertas y decía: ‘Soy María, soy psicóloga militar, ¿cómo estáis? ¿Qué necesitáis?’. Sobre todo esos momentos son de ventilación emocional: es contarlo, para que la cabeza pueda ir integrando todo lo que está ocurriendo, para ir asimilando que va a formar parte de sus vidas, que van a tener que vivir con ello”.
La comandante apunta a una necesidad prioritaria para las víctimas de la DANA; especialmente durante los primeros compases de la tragedia, cuando todo era intransitable, imposible abrir cualquier negocio, donde la devastación arrasaba lo material y lo humano. Y la resume en una palabra: “Dignidad”.
“A nivel psicológico -apunta con firmeza-, lo que más necesitaba la gente era recuperar unas condiciones mínimas de vida. Andar por sus calles, por eso el Ejército limpió mucho las calles. Vivir en sus casas, recuperar los negocios. Empezar sus duelos de sus seres queridos… por eso las labores de búsqueda de víctimas son tan importantes. Necesitaban recuperar su dignidad y sus vidas. Esto va a llevar más tiempo. Pero en los primeros momentos todo arranca con la ventilación emocional”.
¿Y los militares a los que la comandante y los otros 24 especialistas apoyan psicológicamente? ¿Aquellos que se adentran donde nadie más lo hace, en las condiciones más duras? ¿Los que rastrean ríos y zonas anegadas en busca de lo que nadie desearía encontrar, que son los cuerpos de los desaparecidos? ¿Cómo se encuentran? “Ellos están bien. Entienden que la labor de ahora es muy significativa, aportan un cambio real a muchas vidas. Dan igual las horas y los esfuerzos”.
Una vocación que, se le deduce a la propia comandante, ella misma comparte y es la que viste con su uniforme, ya sea en Valencia o en misiones en el exterior. Pero lo hace también mirando a su propia casa, donde le esperan sus hijos de 6 y 7 años. “Les cuento lo que hay, porque tienen que entender y quiero que estén orgullosos de lo que hace su madre. También para que sepan que se puede conciliar lo profesional y, al mismo tiempo, dedicarles todo el tiempo que se merecen”.