Al frente del programa estaba una bella y serena Elena Ochoa, una profesora universitaria que fue elegida por el propio Chicho de entre decenas de especialistas en materia sexual. Y es que el director televisivo quería que quien presentase un programa de sexo donde las cosas se llamasen por su nombre y sin tapujos debía ser alguien con titulación, preferiblemente una mujer. Por ello realizó un casting en su oficina al que acudieron psicólogas, psiquiatras y ginecólogas; tantas aspirantes se presentaron que algunas incluso tuvieron que sentarse en el suelo.
De entre todas, fue Ochoa la que despertó la curiosidad de Chicho, quien más tarde diría que la profesora era una gran comunicadora inteligente e intuitiva, y una superdotada en lo que a memoria se refiere. Pero no todo iban a ser ventajas: Elena no tenía ni idea de sexo, rozando altas cotas de incredibilidad según palabras del propio Ibáñez Serrador, que la calificaría en una entrevista como “el ser de mayor ignorancia en materia sexual que he conocido nunca”.
Y es que Elena además de poco conocimiento sexual (pese a tener un máster cursado en Estados Unidos sobre sexo) tenía un gran pudor. De hecho, pronunciar en voz alta ciertos conceptos era todo un desafío y, por ello, ensayaba en su casa repitiendo una y otra vez palabras como “pene” o “coito”. “Ay, Chicho, en la ducha he estado diciendo pene, pene, pene, y hoy no voy a poder decir pene delante de una cámara” le dijo en cierta ocasión Elena al director.
Elena Ochoa fue la primera en hablar abiertamente de sexo
Esa barrera psicológica provocó, de hecho, que una vez el proyecto tuvo luz verde por parte de Televisión Española Elena Ochoa se echase para atrás, afirmando que no podía seguir en la producción antes siquiera del primer programa.
Chicho Ibáñez Serrador, que confiaba en Hablemos de sexo, intentó cazar una nueva presentadora, una que entre otras cosas fuese capaz de decir “testículos” o “clítoris” con naturalidad, pero no encontró aquello que quería. Durante esa nueva búsqueda por Sevilla, Valencia o Barcelona, ciudades donde realizó castings, Elena volvió a contactar con él; había cambiado de opinión, y a modo de superación tras la muerte de su padre aceptó estar al frente del programa.
Y es que la familia influía y mucho en la comunicadora, quien afirmó que no sabría decir si su también difunta madre le habría gustado o no que ella hubiese sido la primera persona en hablar de sexo abiertamente en España, y que algunos de sus hermanos hubieran preferido no verla nunca en televisión, ya fuese hablando de sexo o de otras materias cualesquiera.
Muchas críticas y ninguna broma fácil
Ante la cámara, Elena Ochoa siempre tuvo una actitud correcta, casi de cóctel, a la hora de llevar las riendas de Hablemos de sexo. Su discurso estuvo en todo momento exento de connotaciones eróticas o chistes fáciles al abordar los problemas de la disfunción eréctil, el tamaño de los genitales o cómo era el empleo de algunos métodos anticonceptivos, asuntos de los que muchos españoles sólo tenían información de oídas. De hecho, en solo 2 de los 44 programas que se emitieron se soltó la melena, literalmente; es por ello que Elena asoció siempre su imagen a la de una mujer en traje de chaqueta con el cabello recogido en una larga coleta.
Merece la pena recordar igualmente que el programa rompió esquemas, pero que también fue muy criticado, con personas que lo tachaban de frívolo, y que los anunciantes descendían notablemente durante su emisión. Esto llevó a abaratar el precio de los spots en un 50% respecto a otros espacios de la época, y así, el anuncio que en El precio justo valía seis millones, en el programa de Chicho y Elena costaba tres. Una reducción económica que no era más que un reflejo del sector más conservador de la sociedad en general y de la Iglesia Católica en particular, tal como señalaban los medios de la época.
Si Hablemos de sexo funcionó fue gracias a Elena Ochoa, según el propio Chicho, que le atribuía todo el mérito a su presentadora. “El programa hubiera sido de literatura también habría funcionado” dijo en cierta ocasión, destacando la labor de maestra de ceremonias de Ochoa, quien supo marcar como nadie una distancia entre ella y el espectador.