Ya lo decían los libros de mi colegio. El Tajo nace en Teruel, en los Montes Universales. Hoy, una fea escultura marca el nacimiento de un chorrito de agua, que recorre sus primeros kilómetros dibujando la frontera entre las provincias de Teruel, Cuenca y Guadalajara, y que cuando llega a Lisboa es el rio más largo de la Península Ibérica. Es un lugar tan salvaje que explica el carisma de los personajes de esa novela. Enormes murallones de piedra y frondosos bosques acompañan al río a su paso por la Reserva Nacional de los Montes Universales, entre el olor de espliego, romero y tomillo. Por suerte, todavía es un lugar que guarda esa sensación de “aislamiento natural”.
A medida que el Tajo baja hacia la meseta, se carga de una poderosa energía. En sus pueblos pasa lo mismo. Lo que antes eran días de penuria y frio, en los años de guerra posteriores a la Guerra Civil, son ahora jornadas de aventura y acción con esa nueva locura del turismo activo. Los nombres son tan sonoros que invitan al viaje: Peralejos, Zaorejas o Taravilla. Ahora son topónimos que suenan a fin semana de ocio, mucha caminata y chimenea en algún hotelito de pueblo con el punto de cansancio justo.
Antes del boom del turismo de aventura, Peralejos era un lugar casi olvidado a pesar que era en esta zona desde donde comenzaba el tradicional camino de los gancheros, que partían desde aquí con los troncos de los pinos, conducidos por unos largos palos terminados en un gancho, hasta las remansadas aguas del Henares en las cercanías de Alcalá o del mismo Tajo a su paso por Aranjuez.
Por suerte, el patrimonio natural es un valor en alza en la zona. Una colección de lugares inesperados. Hoy Peralejos, presume de la Iglesia de San Mateo, del siglo XVIII, y la calle Mayor, con esas casas tan típicas y algún que otro caserón de ilustre linaje.
Las agitadas aguas del Tajo prosiguen hacia tierras alcarreñas, pasando por desfiladeros, cañones y formando remolinos. En algunos parajes se torna incluso parajes realmente peligrosos, como en el Estrecho de Horcajo, formado por tres pozas grandes y unidas entre sí por rápidos peligrosos. Luego el río se remansa en la Laguna de Taravilla, y cobra calidad de espectáculo en el Collado de la Machorra y el Acantilado de la Escaleruega, donde los buitres sobrevuelan sobre los farallones.
Y aún nos queda por ver uno de los rincones más espectaculares y desconocidos de España: el Hundido de Armallones, donde el río corre rápido entre bosques y calizas verticales, y aparecen escondidos algunos parajes que en verano invitan al baño, como el puente de San Pedro. Un sitio de bocata y bota de vino, que las costumbres también tienen su precio. Si hay presupuesto siempre podemos parar en alguna venta y pedir un morteruelo de Molina, unas gachas de almortas de Peñalén o algún guiso de jabalí o perdiz… Las truchas y la trufa no las desecha el viajero.