Jueves treinta de abril, día número 47 de confinamiento. En vísperas de un festivo soleado, las terrazas se llenaban antaño de despreocupados vecinos. El día del trabajador, unido con Godoy y los franceses, nos daban motivos para construir un puente laxo y perezoso de espirituosos, comilonas, playas y paseos. Hoy, infectados por el miedo al contagio, sacamos a pasear el tedio al supermercado.
El sol brilla allá afuera. Dentro, en el súper, ese espacio fluorescente y degradado, el aforo está completo. No se admiten más personas. Por cada uno que salga, entrará otro. La fila para pagar es larga y psicótica. Toser, rascarse la nariz, buscar el yogurt olvidado y regresar corriendo es motivo para los bufidos, que en estos días copan el aire. Antes suspirábamos, ahora supuramos.
Frente a mí, dos personas aguardan su turno. Ambos son mayores. Alrededor de unos setenta años. El hombre lleva mascarilla y guantes. Ella no. Parece una mujer considerada, guarda las distancias, lleva su propia bolsa. En el minuto número cinco o seis de espera —el lapso en que el pack de dieciséis cervezas comienza a pesar— el anciano comienza a inquietarse.
En vísperas de un festivo soleado, construíamos un puente laxo. Hoy, infectados por el miedo, sacamos a pasear el tedio al supermercado
Sé lo que viene, pero aspiro a una tregua. El anciano, que ya ha mirado a sus espaldas varias veces, se da la vuelta para ver a la anciana. Más que observarla, la increpa, la censura, la encara. Tiene el gesto torcido que muestran los que llevan mascarillas cuando ven a otros sin ella. Geste que percibe al resto como un foco de infección, y que ensayan indignados el rictus del asco.
Finalmente ocurre, el anciano da el do de pecho y sugiere a la mujer que espera que compre mascarillas, que use guantes y que si no tiene, ahí están los del súper. No sé en qué momento la sugerencia evoluciona hacia la bronca. El asunto acaba a voces. Afuera, brilla un sol de primavera. Adentro, se desata una tormenta de miedo y alguacilismo. Si pudiera, arrojaría las cervezas y echaría a correr, hasta alejarme por completo de este mundo contrahecho.