Barcelona y Beirut. Antes de la guerra civil, la capital libanesa era el centro intelectual del mundo árabe y un importante enclave comercial y turístico que llegó a ser conocido como la Suiza de Oriente Próximo, por su capacidad para aunar estabilidad y cosmopolitismo. “La Universidad Americana era un hervidero cultural en el que atractivos hombres de piel morena cortejaban a hermosas extranjeras rubias. Eran los sesenta, los años dorados del Líbano. Como en el resto del mundo, los estudiantes se dedicaban a fumar hachís, practicar el sexo e instigar a la revolución. La revolución del pensamiento, claro está”, cuenta Zara el Khalil en “Beirut, i love you”. Los estudiantes se divertían, mientras la gente guapa paseaba por La Corniche, el frente marítimo plagado de discos y restaurantes, lleno de tipos desinhibidos, diplomáticos, comerciantes, buscavidas, espías, príncipes saudíes entrando y saliendo de las mejores tiendas de lencería del mundo… Cuando en 1975 estalló el conflicto que dividió en dos la ciudad, los últimos aventureros seguían bebiendo y bailando junto a las olas, mientras Hezbolá y los drusos se mataban apenas a un km de distancia. El destello azul de los fogonazos y el mediterráneo oscuro plagado de risas desnudas. Si Lawrence Durrell no hubiera estado ocupado con Alejandría, habría podido escribir en Beirut el mejor “cuarteto” de la historia de la literatura. En las cálidas noches de este mayo, desde la elegante falda del Tibidabo, también la alta burguesía barcelonesa que habita en Sant Gervasi-Pedralbes puede contemplar, perpleja tras las cortinas de sus torres, el resplandor de los incendios que cada noche sobrepasa un barrio de Gràcia tomado por los antisistema.
Sólo los más avisados aciertan a imaginar la posibilidad de que la Barcelona atractiva, negociante y cosmopolita de siempre pueda terminar un día no lejano convertida en una especie de Beirut, con sus barrios ardiendo como teas al calor del verano que se avecina, por culpa de una izquierda antisistema que desafía el poder establecido y que le ha tomado la medida a esa burguesía catalana siempre incapaz de mantener el orden y defenderse sola y que, en los últimos años, además, ha cometido el error de echarse en brazos de una izquierda radical de la que abomina pero a la que necesita para hacer número y convertir en realidad el embeleco de la independencia. Ha cedido tanto, tanto poder ha perdido, que hoy, asustada, parece decidida a liberarse ella misma de las cadenas, intentando dinamitar desde dentro el quilombo en el que se ha embarcado, sabedora de que, en caso de fracasar, se verá obligada a pedir la vuelta a las calles del brazo incorrupto del general Primo de Rivera y la Legión, para que sea él, sea ella, quienes le salven la fábrica y la torre de la furia anarquista. Memorable el papelón de Ada Madrina Colau en el Ayuntamiento de Barcelona e indescriptible el viaje a ninguna parte de las élites de Convergencia, con Xavier Trias a la cabeza.
El relato es paradigmático de la quiebra del principio de autoridad y del agudo déficit democrático que sufre Cataluña
Desde la aparición en televisión de Jordi Pujol, julio 2014, anunciando a los españoles ser dueño de una fortuna en Andorra evadida al fisco, producto de una (falsa) herencia paterna, no se había producido un hecho con más demoledor impacto desde el punto de vista de la moral pública que el reconocimiento por parte de Trias, ex alcalde convergente de Barcelona, de haber estado pagando con dinero público el alquiler de una antigua sucursal de Catalunya Caixa okupada con violencia por quienes rechazan el derecho de propiedad y demás principios básicos por los que se rige una sociedad civilizada. El relato es paradigmático de la quiebra del principio de autoridad y del agudo déficit democrático que sufren los ciudadanos de Cataluña. Enterado de la existencia de un local comercial tomado por los okupas y cuyo propietario se disponía a reclamar su desalojo por vía judicial, el alcalde decidió resolver el problema "comprando" a los mangutas. Tal cual. Corría noviembre de 2014 y las elecciones municipales de mayo de 2015 estaban a la vuelta de la esquina, por lo que no era cosa de que la actuación policial le arruinara la campaña en caso de producirse el desalojo violento que era de prever. De modo que preguntó al propietario cuánto costaba la broma y, con dinero municipal, decidió en secreto abonar los 5.500 euros mensuales a que ascendía el alquiler y dejarse de líos. Y los vecinos de Barcelona ignorando que el dinero de sus impuestos estaba sufragando el alojamiento de los okupas del barrio de Gràcia, IBI y basuras incluidos.
Llegadas las elecciones, resultó que en el trono municipal instaló sus reales posaderas doña Ada Colau, que, enterada de lo que estaba ocurriendo por las denuncias de la oposición en el consistorio, decidió dejar de pagar el alquiler, no sin antes consultar la situación con los okupantes, tan cercanos ideológicamente a ella. Espantados al verse convertidos en simples mercancías sin saberlo, los manganzones del Movimiento Okupa pusieron el grito en el cielo: la iniciativa de Trias era un caso claro de repugnante paternalismo capitalista. Se creían orgullosos antisistema y acababan de descubrir que eran unos simples mantenidos. Verdaderamente indignante. Lo que viene a continuación está en el guion: el juzgado ordena el desalojo, los Mossos d'Esquadra tratan de cumplir con su deber y de inmediato se monta el pollo: algún coche volcado, cajeros carbonizados, contenedores ardiendo, carreras, gritos y gresca in crescendo. Business as usual.
Élite corrupta, cobarde y acomplejada
“Esto se tiene que explicar bien, porque si no no se entiende” dice el ex alcalde en la radio con ese leve deje suyo atiplado y frailuno, y resulta que se le entiende todo, porque el manso de Trias describe, más bien loa, el comportamiento de los mangaperas como magníficas personas que “no molestaban a nadie, no hacían fiestukis, estaban bien integrados con el tejido asociativo del barrio, no importunaban a los vecinos”, la gente hasta les quería, viene a decir, de modo que pagarles el alquiler con los impuestos de los barceloneses no era un acto de generosidad gratuito sino casi una obligación, vamos, que estuvo muy bien: “Ante esta situación y no por que hayan (sic) elecciones solamente, sino porque nos dicen que puede ser un desalojo muy conflictivo como el de Can Vies, decidimos mediar”. He aquí otro valiente político dispuesto a hacer dejación de su responsabilidad, proclive a rendirse ante el menor rumor de tumultos, en perfecta sintonía con esa clase política convergente que se ha dejado robar la cartera por quien no dudaría un segundo en robarle hasta la camisa tras asaltar las lujosas mansiones que habita más allá de la Avenida de la Diagonal. Una elite corrupta, cobarde y acomplejada.
El mensaje que transmite el consistorio barcelonés es simple: si usted, sin techo, encuentra un local vacío, ocúpelo sin problema aunque su propietario se oponga, que ya vendrá el Ayuntamiento a pagarle un alquiler para que usted no monte bronca cuando los Mossos acudan a desalojarlo. Trias no está de acuerdo: “En algunos casos se ha de ser muy prudente”, musita leve. La situación, llena de paradojas, está llamada a impactar en el futuro político inmediato tanto del Ayuntamiento como de la propia Generalitat. Los disturbios de Gràcia (importantes los de ayer sábado) anuncian, en el primer caso, un aumento de la tensión entre “Los Comunes” (Barcelona en Comú) de Colau y unas CUP claramente situadas a su izquierda, una situación que deja al Ada Madrina debilitada, en cuyo auxilio ha acudido raudo un PSC desnortado, en uno de esos movimientos incomprensibles protagonizados cada cierto tiempo por el socialismo catalán. En el segundo, la defensa a ultranza que las CUP han hecho del Movimiento Okupa permite atisbar episodios de estrés insoportables para la mayoría parlamentaria independentista en la plaza de Sant Jaume. La CUP ha dicho que no aprobará los Presupuestos de la Generalitat mientras Picodemonte no cese al responsable de los Mossos. El tono del debate en las redes sociales (“Iros a cagar”, fino mensaje de Junts pel Sí a la CUP) es revelador de la temperatura del enfermo, y de que la revuelta en la calle va a ser utilizada por los antisistema como palanca para colocar a un Govern débil contra las cuerdas.
Por fin las buenas gentes de la Bonanova parecen despertar, por fin el partido al que han votado siempre se ha dado cuenta del peligro que todos corren
Hay otra lectura aún más interesante. Por fin las buenas gentes de la Bonanova parecen despertar, por fin el partido al que han votado siempre se ha dado cuenta del peligro que todos corren. Que los Mossos arreen estera de lo lindo en el barrio de Gràcia no es casual. Tienen orden de hacerlo, incluso de buscar el conflicto. Entre los restos de la hoguera convergente, al fin alguien se ha percatado de que esto se les escapa, de que están a punto de perder el control si no lo han perdido ya, porque el poder está en manos de ERC, que es quien pastorea los medios (TV3 y Cataluña Radio) y quien ahora reparte las subvenciones, una ERC que acaba de someter a CDC a la humillación pública de negarse a ir en listas conjuntas a las elecciones del 26J, y que lleva tiempo callada, agazapada, dejando que otros le hagan el trabajo de demolición del edificio de la burguesía capitalina para, en el momento oportuno, acudir a recoger el fruto caído del árbol convergente mediante lo que tantos sospechan en Barcelona: un Gobierno de coalición ERC-CUP.
“Así es imposible continuar”
Ha sido precisamente la negativa de la CUP a aprobar las cuentas del 2016 lo que ha terminado por encender las alarmas. Así es imposible continuar. De modo que los convergentes, con Artur Mas en la sala de máquinas, han decidido pasar al ataque aprovechando el incidente, el Golfo de Tonkín catalán, de la sucursal bancaria okupada, con la idea de hacer descarrilar de una vez el tren de ese prusés en el que alocadamente se embarcaron con compañeros de viaje tan incómodos. Para que todo estalle de una vez. Para empezar de cero, y repartir cartas de nuevo. Se trataría de una voladura controlada de la pesadilla actual, porque nosotros somos gente de orden de toda la vida, columna vertebral del catalanismo ancestral y, por muchas que sean nuestras culpas, por mucho que hayamos robado, no podemos consentir la pérdida del poder y mucho menos la insignificancia; no podemos dejar Cataluña en manos de ERC y de sus potenciales socios, los okupas de Can Vies y del barrio de Gràcia; debemos recuperar ese poder que siempre ha sido nuestro haciendo descarrilar el prusés, yendo a nuevas elecciones y presentándonos ante nuestras bases sociales con un partido nuevo, con liderazgos nuevos.
¿La independencia? Lo hemos intentado; hemos estado a punto de romper en pedazos uno de los grandes Estados europeos. Si no lo hemos conseguido, conformémonos con las ventajas logradas en este pulso, y volvamos a empezar con un nacionalismo recompuesto, el nacionalismo moderado de siempre, dispuestos a vivir unas décadas más de las concesiones arrancadas a Madrit, conscientes de que algún día la mayoría social procedente de nuevas generaciones educadas en la ruptura con España nos lleven, más bien pronto que tarde, a la independencia, sin necesidad de meternos en la cama con gente tan poco aseada como las CUP. Es una simple cuestión estética. “Cuando empezó la guerra, todas las rubias se fueron del Líbano, al igual que los mejores profesores y, con ellos, la credibilidad de la Universidad. Lo único que quedó fue una mezcla sin vida de activistas políticos miopes y cajas y más cajas de bolígrafos Bic azules. Las asambleas de estudiantes se convirtieron en campos de batalla para las milicias. El capítulo sobre la evolución se arrancó de los libros de biología. La palabra "Israel" se tachó de todos los mapas. En 1994, lo único que quedaba eran profesores acabados, que tendrían que haberse jubilado decenios antes. La guerra civil había conseguido proteger su incompetencia y garantizarles un puesto de por vida…” (Beirut, I love you).