Estamos ante el final de un ciclo político y el inicio de otro, un fenómeno que va mucho más allá de la victoria de Donald Trump en las elecciones de noviembre pasado. La elección de Trump no es la causa de este cambio, sino un síntoma de un movimiento más amplio que está transformando la política tanto en América como en Europa.
Es innegable ya la crisis de las políticas progresistas que durante las últimas dos décadas han sido predominantes en Occidente. Los votantes desplazan su apoyo hacia la derecha. El hartazgo que exhibe la clase media es visible allá donde miremos. Este descontento se fundamenta en preocupaciones económicas, en la gestión migratoria y, por qué no decirlo, en un cansancio generalizado con temas como el cambio climático y las políticas identitarias que antes monopolizaban el debate público.
El regreso de Donald Trump a la presidencia es, sin duda, el síntoma más notorio de este viraje, pero no el único. En Europa, donde la economía lleva años estancada, los partidos de derecha conservadora y populista están ganando terreno a un ritmo no visto en años. Actualmente, tres cuartas partes de los gobiernos de la Unión Europea están formados por partidos de centroderecha o coaliciones que los incluyen. Este cambio de ciclo parece estar sentando las bases políticas de cara los próximos años, especialmente considerando que, en la mayoría de las elecciones europeas de este año, la derecha lidera las encuestas.
En Canadá no es muy distinto, allí Justin Trudeau anda con la tasa de aprobación por los suelos y es altamente probable que pierda su cargo este año. En Alemania, el gobierno de Olaf Scholz, ya sólo formado por socialdemócratas y verdes, seguramente caerá en las elecciones del 23 de febrero. Los cristiano demócratas del CDU y la derecha identitaria de AfD lideran sobradamente las encuestas.
La clase media y trabajadora muestra un descontento que tiene características comunes: desconfían de las élites, creen que están desconectadas de la realidad y no se preocupan por la gente común
Este cambio cíclico no es anormal; la política en cualquier democracia tiene movimientos pendulares. Hay períodos en los que el electorado prefiere la izquierda y en otros la derecha. Lo que define este ciclo es el carácter populista e identitario de la derecha emergente, junto con un rechazo muy marcado hacia los partidos tradicionales. Esto ya se pudo ver en los países del sur de Europa con motivo de la ultima crisis, pero se impuso el identitarismo de izquierdas. La alternativa a los partidos tradicionales en países como Grecia, Italia o España la representaban nuevas formaciones como Syriza, el Movimiento 5 Estrellas o Podemos. Ahora, el turno es para los partidos de derecha que se posicionan como la nueva oposición al sistema establecido.
En muchos países, especialmente en áreas rurales y pequeñas ciudades, la clase media y trabajadora muestra un descontento que tiene características comunes: desconfían de las élites, creen que están desconectadas de la realidad y no se preocupan por la gente común. Algunos incluso sospechan de un plan internacional para empobrecerlos deliberadamente.
La inmigración es otro punto de fricción tanto en América como en Europa, un problema agravado por la pandemia, el crecimiento económico débil y la inflación. Esto ha impulsado un resurgimiento del nacionalismo y que se reclame un control más estricto de las fronteras y de la propia economía. No es difícil recordar que sobre estos dos caballos los conservadores británicos acaudillaron la campaña del Brexit y no es que hayan salido las cosas demasiado bien (de hecho han salido rematadamente mal), pero siempre es atractivo que te digan que todos tus problemas económicos (tu bajo salario, que no puedas comprar una casa o que no llegues a fin de mes) se deben a los inmigrantes y a los productos que atraviesan la frontera sin aranceles. Basta con eliminar esas dos cosas y todos tus problemas se arreglarán: podrás tener un salario más alto, comprar una casa y llegarás holgadamente a fin de mes.
Trump pertenece a un partido tradicional, pero es una figura heterodoxa en ese partido, un advenedizo que ha puesto a la marca republicana a trabajar para él. Ese es el ejemplo que han seguido los conservadores de Canadá
Este sentimiento se extiende a ambos lados del Atlántico. Buena parte de la clase media y baja está muy enfadada porque siente que vive peor que hace unos años y que sus perspectivas de futuro pintan muy negras. Aparte de eso están muy hartos de políticas identitarias y del ecologismo militante de la mayor parte de Gobiernos. Sobre eso mismo ganó las elecciones Trump en noviembre. Trump pertenece a un partido tradicional, pero es una figura heterodoxa en ese partido, un advenedizo que ha puesto a la marca republicana a trabajar para él. Ese es el ejemplo que han seguido los conservadores de Canadá. En lugar de empezar de cero con otro partido como ha hecho la derecha identitaria europea, el nuevo líder conservador, Pierre Polievre, ha apostado por cambiar el partido conservador desde dentro y reconvertirlo en una fuerza más acorde con los tiempos que corren para evitar que le aparezca un frente nacional o una alternativa por Canadá.
Podríamos decir que las prioridades de los votantes se han reordenado. Temas asociados con el centroizquierda (como el cambio climático o las políticas identitarias) parecen mucho menos relevantes que hace unos años. Es decir, que temen más a la factura de la luz que al hecho de que algunos glaciares de los Alpes retrocedan. Los mensajes de tipo ecológico eran sagrados hace unos años y hoy encuentran siempre reacción. Los ecologistas lo saben. Hace no tanto tiempo nadie se atrevía a contradecirles, hoy es la norma.
Incluso en el Reino Unido, que en julio dio un vuelco hacia el Partido Laborista, las dinámicas son similares. Aunque Keir Starmer ganó con una mayoría absoluta, su apoyo ha disminuido mucho en apenas unos meses, mientras que Reform UK, liderado por Nigel Farage, capitaliza el descontento agitando el número de inmigrantes que tiene el país. Las elecciones al Parlamento Europeo mostraron un dominio total del Partido Popular Europeo, casi la mitad de los jefes de gobierno de la UE están afiliados a este grupo. Sin embargo, más a la derecha, partidos como AfD en Alemania, el Agrupamiento Nacional en Francia y Fratelli d'Italia ganan paulatinamente terreno, aunque, eso sí, se encuentran fragmentados en varios grupos parlamentarios. En Francia, la Agrupación Nacional ha llegado a ser el partido más votado en la Asamblea Nacional, y en Alemania, AfD ha obtenido victorias regionales y su esperanza es dar el campanazo en las elecciones generales de febrero.
Tensiones en el sector de la derecha
Pero, aunque los votantes europeos se inclinan cada vez más por la derecha, esto no siempre se traducirá en más Gobiernos de centroderecha debido a la animosidad entre los liberal-conservadores tradicionales y la derecha populista, que suele ser euroescéptica, proteccionista y ferozmente anti inmigración. Es esa tensión que existe, por ejemplo, en España entre el PP y Vox, en el Reino Unido entre los Conservadores y Reform UK o en Alemania entre la CDU y AfD.
En España y el Reino Unido no habrá en principio elecciones este año (en España está por ver porque el Gobierno de Pedro Sánchez anda muy débil), pero sí en Alemania. Ahí veremos si CDU y AfD se ponen de acuerdo o no. Caben, como siempre en Alemania, muchas posibilidades de coalición. Dependerá del resultado de los liberales y los Verdes y cómo de fuerte salga AfD del envite electoral, pero el día 24 de febrero sabremos si la derecha tradicional está dispuesta a acabar con sus cordones sanitarios y dejarse llevar por la corriente.
cnasciturus
04/01/2025 11:38
Aquí las cosas son de otra manera. Tenemos un presidente tan maravilloso que ha decido -por decreto supremo- que ahora toca "impasible el ademán" Ya se que la mayoría de la ciudadanía no tiene edad para reconocer la ironía, pero estoy seguro de que se recogerá el guante.