Opinión

El Rey que se hartó

La Corona activa su papel de liderazgo ético y su compromiso cívico ante una Moncloa cercada por la corrupción y ofuscada por el rencor

  • Felipe VI, en la Dana de la verdad -

Algo ha pasado en Zarzuela desde que Camilo Villarino asumió la jefatura de la Casa, en enero de este año. Hay, sí, más mujeres en los altillos del organigrama. Mercedes Araújo, secretaria general. María Ocaña, jefa de la Secretaría de la Reina. Carmen Castiella, consejera diplomática. Ana Varela, interventora. Otros detalles de mayor relevancia delatan un cambio de actitud entre la etapa del gran preceptor Jaime Alfonsín, tres décadas al frente de tan complicada maquinaria, y la actualmente comandada por este diplomático que ejerció con Dastis (PP), González Laya (PSOE) hasta que el que el acomplejado Alvares lo vetó para la embajada en Moscú y tuvo que refugiarse en territorio Borrell (UE). 

El síntoma más notorio de esta mudanza en el tono ocurrió el jueves 31 de octubre, apenas 48 horas después de sobrevenir la Dana. Sánchez, contra toda lógica humanitaria, retuvo al Ejército en los cuarteles para provocar la asfixia política de Mazón. Sobrevino, entonces, el golpe en la mesa del Rey, ese manotazo de Borbón que apenas exhibe. En contra de cualquier protocolo, anunció el envío de 250 efectivos de la Guardia Real y de los cuerpos de seguridad de Zarzuela sobre los que él dispone de autonomía. Un gesto de efectividad reducida, lógicamente, pero de enorme relevancia simbólica. “Ya que no los envías tú, ya los mando yo”. 

La riada de Albufera lo cambió todo. Hasta aquí hemos llegado, pareció advertirse en la actitud de la Zarzuela, que ha soportado con enorme estoicismo todo tipo de afrentas y desplantes por parte de la Moncloa. Se le ha cercenado la agenda, recluido al ostracismo, hurtado presencia pública, ignorado en los medios públicos y hasta se le tratado con displicencia en algún acto público. En el Cervantes, Sánchez, manos en los bolsillos, gesto de gañán de tabernón, lo recibió como a un compadre de billar, como a un menesteroso infiltrado. Este viernes en Santander, sin embargo, buscaba paseítos con el Monarca para la foto y para disimular zancadillas. Un truhan endiablado. 

 

Tan sólo se rompió esa conducta con el discurso del 6 de octubre del 17, cuando, pese a la actitud contraria del entonces jefe de Gobierno, Mariano Rajoy, el Rey pronunció el antológico discurso que puso fin a la asonada. Años después, Sánchez los indultó, los amnistió y ahora está a punto de postularse al premio Nobel de la Paz

En contra de lo que dispone la Constitución, el Rey ha viajado en solitario, sin el acompañamiento debido de un miembro del Gobierno, a tres tomas de posesión de presidentes iberoamericanos e incluso a la comprometida gira por los países bálticos a la que, dada la repercusión de la afrenta, hubo de incorporarse sobre la marcha la titular de Defensa, Margarita Robles, encogida y escocida por el ridículo papelón. Ahora, en la fundamental visita a Italia (Begoña se muere de celos al ver a la irresistible Letizia  de aclamada Reina de España por Europa), también lo han abandonado, como a un Rey paria, como a un asilvestrado. En el terreno de lo sicalíptico cabe consignar la burla de la inopinada visita a Palacio del gran narciso, luego de la farsa de sus cinco días de retiro tras la imputación de su señora. 

Bueno, sea, toca aguantar. “¿No te insulta y afrenta Fulano?”, le preguntaron a Sócrates. “No, lo que él dice no se aplica a mí”. La Carta Magna otorga al jefe del Estado tantas atribuciones como Ancelotti a un canterano. “Árbitro y moderación”, dice la Norma. Es decir, quietecito parado y no enredes. En tiempos de Alfonsín, se evitaban los debates ríspidos, las polémicas con el Ejecutivo, los roces con la Moncloa. Tan sólo se rompió esa conducta con el discurso del 6 de octubre del 17, cuando, pese a la actitud contraria del entonces jefe de Gobierno, Mariano Rajoy, el Rey pronunció el antológico discurso que puso fin a la asonada. Años después, Sánchez los indultó, los amnistió y ahora está a punto de postularse al premio Nobel de la Paz por tan generosas iniciativas para con los líderes de la sublevación.  

El pasado domingo 3 de noviembre, en las anegadas calles de Paiporta, bajo una lluvia de insultos y lodo, cambió todo. Sánchez huyó y el Monarca aguantó. La cotización del Rey escaló en el barómetro popular (el Instituto Elcano lo coloca en el vértice de Europa, por encima de Papa Francisco y doña Ursula Von der Leyen) en tanto que la del líder socialista chapotea por el fangal del desprecio. No puede salir de casa, apenas osa pisar la calle, sólo le aplauden los pachilópez de carné, los amamantados del presupuesto y algún haragán mortalmente cursi de la cofradía del arte subvencionado. 

El incidente de Notre Dame, con el pigmeo Alvares empeñado en retacear, con ardides de lamelibranquio, la presencia de los Reyes en ese acto de la Europa cristiana, es un síntoma más de lo que ya se anuncia. Cien actos en memoria de la muerte de Franco. El sanchismo isntaura el año del caudillo, lo jamás visto

Sánchez le ha venido dispensando al Rey una envidia rastrera de espíritu acomplejado. Hombre sin mayor talento que la falta de escrúpulos, incapaz de aprobar un máster sin trampas, de escribir una tesis doctoral sin plagios, de redactar un par de líneas de sus propias memorias, ha recelado siempre del Monarca por su estatura física e intelectual. Ahora le guarda un rencor abisal e insuperable. El incidente de la inauguración de Notre Dame, con el irrelevante Alvares empeñado en escamotear, con ardides de lamelibranquio, la presencia de los Reyes en ese acto de la Europa cristiana, es un síntoma más de lo que ya se anuncia. Cien actos programados en memoria de la muerte de Franco para 2025 en lugar de aguardar dos añitos más para festejar el medio siglo del advenimiento de la democracia, si es que se pretende valorar algún episodio noble e inmortal. Una iniciativa perversa para mantener abiertas las cicatrices del frentismo y camuflar los problemas de Begoña con la justicia. 

Se adivinan tormentas en el vértice el Estado. Con su feroz ofensiva contra los jueces, Sánchez se blinda para cuando -una vez expurgados los secretos que anidan en los móviles de las tramas mafiosas de Ferraz y Moncloa- le llegue el momento del pasmo, cuando vayan por él, cuando el Supremo solicite el suplicatorio a la Cámara y madame Armengol, junto a los liliputienses periféricos, lo rechace. El choque institucional será estruendoso. Algunos suplicarán a Europa, esa tonta que apenas distingue una merluza de un armario empotado. Otros, quizás los más, posarán la mirada en la Corona, erigida ahora con la Dana en referente de ejemplaridad cívica y liderazgo ético. Algo está cambiando en Zarzuela. Se perciben síntomas de que Felipe VI, como cuando el golpe, abandona su sitial y da un paso al frente.  

 

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