Dije que las testimoniales y las periciales proporcionarían a los separatistas un amargo despertar. Su demagogia trufada de mentiras y supremacismo poco o nada tiene que hacer ante los hechos probados. Estaban condenados a estrellarse contra el muro de la verdad, de las cosas ciertas que a ellos les han dado tanto miedo a lo largo de estos años. Ahora comprueban como toda su farisaica argumentación se derrumba como un castillo de naipes ante testigos como el coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos o el de Enric Millo. Empiezan a salir a la luz los heridos de verdad de aquellas tristísimas jornadas y que, vaya por Dios, resultan ser agentes de la autoridad. Ni señoras con dedos rotos y ubres sobadas, ni niños con la cabeza abierta. Policías y guardias civiles. Ahora ya podemos poner negro sobre blanco la inmensa traición de los responsables políticos de la Generalitat, de los Mossos, del auténtico carácter de los CDR, duchos en rociar de lavavajillas el suelo para hacer resbalar a los policías y, una vez caídos, patearles la cabeza.
Hemos empezado a conocer vídeos con asaltos a coches patrulla de la Benemérita, a saber, datos estremecedores de quienes, simulando cumplir la ley, la conculcaban con el mayor de los cinismos. Y todo eso no ha hecho más que comenzar, puesto que el juicio, con ser prolijo, va a dar de sí muchísimo en cuanto a lo que tiene de cierto o no lo que hasta ahora nos han contado los separatistas. La gente que, piense como piense, guarda en su interior el sentido cívico de la convivencia, ha de estremecerse al comprobar como aquellas sonrisas de las que tanto se hablaba no eran más que risas de hienas, de elementos peligrosos en todos los aspectos. Esas mismas personas deberán examinar su conciencia y decirse a sí mismas si vale la pena que una hija tenga que ir a limpiar una pintada en la que se amenaza de muerte a su progenitor. ¿Se puede defender eso sin ser un terrorista, un asesino, un ser carente de empatía? ¿Tan bajo hemos caído en Cataluña como para creer que el crimen, si no es contra los nuestros, es justificable?
El ejemplo de Millo es, en este sentido, paradigmático. No le preocupó la autoría de la frase ominosa, sino su hija
El ejemplo de Millo es, en este sentido, paradigmático. No le preocupó la autoría de la frase ominosa, sino su hija. He ahí un motivo que nos incita a todos a la reflexión más profunda. ¿De verdad nos odiamos tanto los unos a los otros que no nos importa que los hijos de nuestros vecinos tengan que vivir con la imagen de unas horribles letras que condensan la amenaza de muerte a sus padres? ¿Era esta la Cataluña que soñaba Pujol, la que defendían los procesistas, la que nos iba a llevar a las más altas cotas de civilización? Això va de democràcia, decían, y muchos lo creyeron. Pero cuando se asiste a la exposición ordenada de la violencia ejercida sobre otros ¿no existe la posibilidad de que la gente se retracte, rectifique, diga que hasta aquí podíamos llegar?
Si eso no sucede, Cataluña no tendrá, me temo, la menor posibilidad de salvación. Para vivir enquistados entre quienes niegan la verdad y se arropan en su cómoda manta de mentiras y quienes no tendríamos otro remedio que padecerlos, lo mejor que se suspenda la autonomía. Porque cuando en una sociedad son nuestros hijos quienes tienen que limpiar las manchas de la violencia, es momento de empezar de nuevo. Si hemos llegado hasta el punto en el que una parte de los catalanes entienden que Otegi o Sastre son personas encomiables, a pesar de sus crímenes, y que amenazar de muerte a quien no piensa como tu es admisible, que suspendan la autonomía sine die, que se persiga policial y judicialmente a quienes así opinen, que el Estado administre esta desgraciada parte de España y que el tiempo restañe las heridas.
Acabaremos volviendo a los tiempos en los que la carretera de la Rabassada estaba llena de cadáveres cada mañana
Porque si no se hace nada y no se cierra TV3, se recuperan las competencias de los Mossos, se suspende el régimen autonómico en Cataluña, en fin, se intenta controlar los elementos más destacados que propagan el odio, acabaremos volviendo a los tiempos en los que la carretera de la Rabassada estaba llena de cadáveres cada mañana, fruto de venganzas políticas o ajustes de cuentas. Hablo de aquella república que tanto gusta mencionar a ciertas personas, en la que las checas barcelonesas fueron templos del terror y las patrullas del amanecer arrancaron de sus casas a tanta y tanta gente para asesinarlos en caminos perdidos.
Aquellos monstruos también pensaban que la muerte, si era la del otro, no tenía importancia.