Si hay un problema del que no se habla en España lo suficiente es el envejecimiento de la población. En el año 2050 los mayores de 65 años representarán un 30% del total de la población española. El país tendrá, en ese momento, más de cuatro millones de octogenarios, y habrá perdido un 10% de su población, con las cosas empeorando según avanza el siglo.
Las cifras, puestas de este modo, hacen que el envejecimiento parezca un problema a medio o incluso largo plazo. Parece obvio que un país con casi un tercio de habitantes en edad de jubilación complicará el pago de las pensiones, y que la sanidad pública deberá afrontar una escalada de costes al tener que atender una población más frágil y enferma.
Aunque los problemas fiscales son completamente reales y ya de por sí preocupantes (y cualquiera que diga que es “fácil” arreglar el sistema de pensiones miente), el envejecimiento de la población genera otra serie de problemas más inmediatos, y aún más difíciles de solucionar.
Un aumento del 10% de la población de mayores de 60 años reduce la tasa de crecimiento del PIB per cápita un 5.5%
Empecemos por la economía. En un estudio reciente, Nicole Maestas, Kathleen Mullen y David Powell evalúan las consecuencias del envejecimiento de la población comparando los datos económicos y demográficos entre estados en Estados Unidos entre 1980 y el 2010. Los autores aprovechan tanto la enorme diversidad del país como la calidad de los datos disponibles para calcular los efectos de tener más ancianos sobre una economía. Por ejemplo, aunque en agregado Estados Unidos es un país más joven y con mejores tasas de natalidad que Europa (en el 2050 rozarán los 400 millones de habitantes, casi 80 millones más que hoy), hay seis estados que vieron el porcentaje de mayores de 60 años aumentar un 30%, y tres perdieron población.
Esta variedad les ha permitido estimar el impacto del envejecimiento de la población sobre la economía, y las cifras son deprimentes. Un aumento del 10% de la población de mayores de 60 años reduce la tasa de crecimiento del PIB per cápita un 5.5%. Detrás de esta cifra hay una caída de la productividad (medida en PIB por trabajador) del 3,7%, y un descenso del 1,7% de la tasa de población activa. Cuando un país envejece, dicho de otro modo, no sólo debe afrontar una mayor carga fiscal en sanidad y pensiones, sino que además debe hacerlo con menos trabajadores en edad laboral trabajando, y con los que siguen activos produciendo menos. En Estados Unidos esto quiere decir que la renta per cápita en el 2010 era un 9,2% inferior a la que hubiera sido si la pirámide de población se hubiera mantenido sin cambios desde 1980.
Si miramos de nuevo las proyecciones demográficas para España, estas estimaciones se traducen en unas cifras francamente aterradoras
Si miramos de nuevo las proyecciones demográficas para España, estas estimaciones se traducen en unas cifras francamente aterradoras. El INE estima que en 15 años el porcentaje de la población mayor de 64 años aumentará más de un 30%. En el 2064 el salto será de casi un 100%. Asumiendo que las estimaciones de Maestas, Mullen y Powell fueran parecidas para España, estaríamos hablando de una pérdida de PIB per cápita potencial de un 15% para el 2029, y de un 50% el 2064. Son cifras extraordinarias.
Afortunadamente este problema tiene dos soluciones obvias, aunque no sencillas. El sistema más rápido es simplemente importar población joven, abriendo las fronteras a refugiados e inmigrantes. Es el método alemán (y en menor medida, estadounidense) para solucionar este problema, y sabemos que funciona bien: la evidencia empírica señala de forma prácticamente unánime que la inmigración genera enormes beneficios en las sociedades receptoras. España ha tenido la suerte de haber escapado el populismo anti-inmigrante de otros países de Europa por el momento, así que este es un camino que podemos tomar. Por desgracia, nuestra situación económica ha sido tan espantosa en los últimos años que estamos perdiendo población vía emigración, algo que puede empeorar aún más la situación económica del país.
La otra alternativa es incentivar la natalidad con políticas de apoyo a la familia, algo que muchos estados de bienestar europeos (Francia siendo el ejemplo más cercano) hacen de forma efectiva. Por desgracia, hacer esto cuesta dinero, algo de lo que no vamos sobrados, y además no tiene efectos significativos hasta dentro de un par de décadas, cuando los chavales nacidos hoy empiecen a trabajar.
Cuanto más envejecida está la población de un país, mayor es la tentación de los partidos de buscar votos concentrando el gasto público en ancianos
Paradójicamente, además, es una solución políticamente difícil, y que será cada vez más complicada según pasen los años. El motivo es muy simple: los niños no votan. Cuanto más envejecida está la población de un país, mayor es la tentación de los partidos de buscar votos concentrando el gasto público en ancianos en vez de invertir en políticas de familia, primera infancia o educación. Dado que los recursos públicos son limitados, cuanto más viejo es un país más complicado será para un político ofrecer inversiones decididas en políticas pro-natalidad, especialmente si ese dinero está compitiendo con sanidad o pensiones.
La dificultad de adoptar cualquiera de estas soluciones (o una combinación de ambas), sin embargo, no puede hacernos olvidar que dentro de la larga lista de problemas estructurales de España el envejecimiento de la población es de especial importancia. Si no se le busca una solución pronto, y esa solución no se implementa de forma decidida y sostenida durante décadas, España afrontará una crisis fiscal, política y económica casi imposible de resolver en apenas en 15-20 años. Quizás es hora de que alguien empiece a tomarse este problema en serio.