El grupo Patriotas del Parlamento Europeo, que representa ya a diecinueve millones de personas en el viejo continente, escogió hace unos días al español Santiago Abascal como su líder. Se trata de un espacio consolidado, con presidentes tan emblemáticos como la italiana Giorgia Meloni (que últimamente enamora hasta a la derecha clásica) y el húngaro Víctor Orban, un referente intelectual que pronto tendrá línea directa con la Casa Blanca, gracias a la admiración del vicepresidente J.D. Vance. En los próximos años es probable que se alcancen las presidencias de Alemania, Francia y Holanda, ya que todos crecen a buen ritmo. También está a tiro de piedra la vicepresidencia de España, aunque muchos medios y columnistas se columpiasen de manera espectacular vaticinando que Vox estaba condenado a desaparecer.
¿Cómo es posible que triunfen unos partidos tan demonizados por los medios? La semana pasada, alguien subió a Twitter un fragmento de la autobiografía de Meloni donde la actual presidenta renunciaba a un ministerio concedido por Berlusconi porque "quiero sentirme orgullosa de lo que hago". Acertada o equivocada, supo poner los principios por encima del poder. Lo mismo puede decirse de la decisión de Vox de abandonar sus vicepresidencias porque no quería ser cómplice de las actuales políticas de emigración masiva. Desde Trump a Milei, pasando por Nayib Bukele, los votantes apreciamos a los políticos que nos hablan claro, comulguemos o no con sus propuestas. La victoria del trumpismo abre un ciclo patriota y antiglobalista que favorece centrarse primero en lo nacional.
Lo urgente es desplazar a la izquierda de su actual posición de dominio en la educación pública, la radiotelevisión española y el decadente sistema de museos
Todo esto es importante por un motivo muy claro: el relato antifascista ha naufragado y solo la extrema izquierda cree (muy ilusamente) en un cordón sanitario que aisle a los partidos soberanistas de la vida pública nacional. Por eso urge una alianza cultural entre PP y Vox donde se priorice desmontar la hegemonía progresista dominante en España desde los años ochenta. Los primeros objetivos deben ser devolver el prestigio al patriotismo, desmontar las redes de poder del separatismo catalán y vasco y -muy importante- reformar nuestro ecosistema cultural público para evitar que siga siendo un archipiélago de chiringuitos culturales de izquierdta (desde el mundo del cine al de las ONGs, pasando por los museos de arte contemporáneo).
Como todas las misiones importantes, es mucho más sencillo plantearlo que ejecutarlo. El primer paso importante es creérselo: PP y Vox pueden formar un frente cultural común y mantener sus diferencias en el resto de asuntos, desde la economía hasta el debate migratorio, pasando por el modelo constitucional o las propuestas de vivienda. Figuras intelectuales importantes como José María Marco, José Javier Esparza y Enrique García-Máiquez (entre algunos otros) demuestran que hay amplios espacios culturales comunes en la derecha española. Lo urgente es desplazar a la izquierda de su actual posición de dominio en la educación pública, la radiotelevisión española y el decadente sistema de museos (que no cuenta ni siquiera con un Museo de Historia de España, por presiones de los separatistas). Lo crucial es estar de acuerdo en lo esencial: “España primero” y luego todo lo demás.