Opinión

Ha llegado Valls

“Quiero ser el próximo alcalde de Barcelona”. Así de claro y rotundo empezaba Manuel Valls su discurso. En medio de una tremenda expectación mediática, fue desgranando a lo largo de

  • Manuel Valls.

“Quiero ser el próximo alcalde de Barcelona”. Así de claro y rotundo empezaba Manuel Valls su discurso. En medio de una tremenda expectación mediática, fue desgranando a lo largo de una hora un programa electoral preciso, exacto y ajeno a toda demagogia en clave europeísta, sin la menor concesión a la boutade. Algo que no se veía en estos pagos desde hace muchos, demasiados años.

Recobrar Barcelona

A los que pretendan acusar a Valls de político parachutista les va a salir el tiro por la culata. Lo primero que hizo el candidato fue enumerar a sus familiares que, llegados desde su Tarragona natal, se instalaron en la Ciudad Condal, formando parte de los movimientos sociales, culturales y políticos de finales del XIX y principios del XX. Con un bisabuelo regidor en el ayuntamiento y sus raíces sólidamente plantadas en el barrio de Horta, el político se explayó acerca de los lazos que lo vinculan con su ciudad natal. Fue muy claro al decir que amaba a Francia, porque allí, un joven que se nacionalizó a los veinte años, surgido de la escuela pública, con el catalán como lengua materna, llegó a ser alcalde, diputado, ministro del Interior y primer ministro. “Eso es Europa”, afirmaba con el convencimiento de que, o la Unión Europea es un espacio de cultura, solidaridad, progreso, educación y democracia, o no es nada.

Y es que Valls recupera lo mejor del discurso de la Barcelona olímpica, la que se situó bajo el foco de todo el mundo, añadiéndole una concepción de servicio público muy francesa. Repasó todos los temas que tiene hoy planteados nuestra ciudad con un conocimiento perfecto y exacto de los mismos. Igual hablaba de los narco pisos, los problemas de La Barceloneta, la inseguridad ciudadana, el incremento de delitos o los okupas, que lo hacía acerca de cómo incentivar el turismo de calidad, el aumento del parque de vivienda social, la atención a mayores y personas en situación de exclusión social, las mujeres, los jóvenes, los empresarios, los botiguers, el colectivo LGTBI o los taxistas para acabar desembocando en una idea certera y exacta: las ciudades deben convertirse en un bastión desde el que combatir la injusticia social, contribuir a la prosperidad común y hacer frente a los populismos de todo signo.

Valls es, ante todo, un europeísta, pero no de esos de discurso fácil y retórica hueca, porque estas cosas no parece que sean muy de su agrado

Valls es, ante todo, un europeísta, pero no de esos de discurso fácil y retórica hueca, porque estas cosas no parece que sean muy de su agrado. El quiere, así lo ha manifestado, hablar con la gente en la calle, en sus casas si es preciso, y saber como es esa Barcelona que se ha quedado excluida del debate político por culpa de tanta demagogia hueca.

Con la sala del CCCB- Centro de Cultura contemporánea de Barcelona – repleta de invitados de todas las tendencia, así como de una cantidad impresionante de medios de comunicación tanto de aquí como franceses, Valls fue didáctico, cosa que se agradece. Lo dijo Rafel de Campalans, política es pedagogía. Con su hermana en primera fila, dándole apoyo, Valls anunció que pensaba dimitir de todos sus cargos en Francia, porque no creía en la acumulación de los mismos. De hecho, el impulsó esas medidas en el país vecino. La decisión de venir a Barcelona no fue fácil, confesaba, pero después de hablar con mucha gente -entre ellos el propio presidente francés Emanuel Macrón– ha decidido instalarse aquí. Cuidado, dijo, instalarse aquí pase lo que pase, es decir, gane o pierda. Nada de oportunismo, pues, por su parte. Está dando clases en ESADE, y, sin renunciar a Francia, a sus familiares, amigos, compañeros y a “esa maravillosa luz de París”, según sus propias palabras, quiere que su vida privada y pública se desarrolle a partir de ahora en nuestra ciudad. Pero no como una ruptura, y eso es destacable, sino como una prolongación del servicio público realizado en Francia.

Después de hablar con mucha gente -entre ellos el propio Emanuel Macrón– ha decidido instalarse aquí. Cuidado, dijo, instalarse aquí gane o pierda

Se cuidó, de manera socarrona y muy a la francesa, de hacer constar que durante dieciocho años no perdió jamás elección alguna en el municipio del que fue alcalde. “Y allí la elección es directa”, remató con una sonrisa. Si la hubieran visto algunos de sus eventuales contrincantes, creo que se les habría encogido el ombligo.

Maragallismo galo

El discurso, medido, interesante, lleno de propuestas, de ideas y de ideología, fue una sorpresa para todos. No porque de Valls no fuese esperable, sino por lo que de introducción a la normalidad tiene en un país como Cataluña, repleto de cargos y carguillos que nos tienen empachados de tópicos, lugares comunes, frase retóricas, proclamas vacías y baladronadas. Valls es culto, suave en las formas, directo, asegura no tener enemigos ni quiere tenerlos, se muestra abierto al diálogo y, eso sí, tiene unos principios sólidos y firmes asentados en el Estado, la democracia, la justicia social, la libertad, la ley, el orden y Europa.

Asegura que defiende a los partidos políticos porque son los que hacen funcionar a la democracia, pero prefiere presentarse con una plataforma que integre personas de todo tipo. Personas, ese es el ítem más repetido por Valls, que ha puesto en su primera comparecencia todo el acento en ese concepto. Uno que, modestamente, ha seguido durante décadas la política francesa junto a la de aquí, creyó reconocer en sus palabras una especie de maragallismo puesto al día, mezclado con la autoridad sólida de Mitterrand. Fue, pues, el discurso de un estadista que pretende servir al estado desde el municipio, que cree que son las ciudades las que deben generar valores de solidez democrática frente a los populismos, que defiende la idea de la polis como motor de las sociedades.

Ustedes ya comprenderán que de estos políticos entran pocos en un kilo y, aunque solo fuese por el soplo de aire fresco que la candidatura de Valls puede aportar a la apolillada política catalana, ya sería de agradecer.

Pero esto va más allá. Se trata de recuperar el combate de las ideas y no de eslóganes o de tuits. Valls pretende acabar con los esquemas de la política catalana que, desde los tiempos de Jordi Pujol, ha vivido discutiendo mucho acerca del sexo de los ángeles y casi nada de los problemas reales del hombre de la calle. El quiere debatir de modelos, de medidas, de soluciones, dejando a un lado esa gárrula competición de a ver quien tiene la senyera más larga.

Los próximos meses van a ser apasionantes: es la primera vez que el ex primer ministro de un Estado miembro de la UE se presenta a la alcaldía de la ciudad de otro

Me decía el otro día Antonio Ferreras, a propósito del político de Horta, que los próximos meses van a ser apasionantes, y comparto su opinión. Apasionantes, porque es la primera vez que el ex primer ministro de un Estado miembro de la UE se presenta a la alcaldía de la ciudad de otro; apasionantes, porque Valls puede representar sensibilidades políticas muy distintas, pero que tienen algo que les une: el sentido común, las ganas de hacer las cosas bien, el deseo de restablecer la confianza y la paz social; apasionantes, en fin, porque vamos a ver si el discurso razonado, ideológico, pero ideológico de verdad y no ese que se elabora con cuatro tópico y muchas subvenciones, puede tener cabida en nuestra tierra.

Será, sí, apasionante. Porque Manuel Valls ha llegado y no piensa marcharse. A algunas personas, este anuncio no les habrá dejado dormir tranquilamente esta noche. Y lo que les queda.

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