Opinión

Traición a una muerte por la libertad

Un escalofrío recorrió España entera, de Cádiz a San Sebastián y de Valencia a La Coruña. Toda la nación se echó a la calle para clamar contra el asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco

  • La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. -

Miguel Ángel Blanco estuvo en el multitudinario funeral de Gregorio Ordóñez. Habían coincidido en actos de partido y quizá alguna vez se estrecharon la mano. El joven Miguel Ángel sentía una profunda admiración por el hombre que estaba llamado a cambiar la política vasca, y quién sabe si la de toda España. Decía de Goyo que era "el más valiente". Le entusiasmaba la firmeza con la que defendía los valores del Partido Popular y su rechazo a mimetizarse con el ambiente nacionalista.

Miguel Ángel Blanco fue una de las miles de personas que abarrotaron el cementerio de Polloe aquel desapacible 24 de enero de 1995. Aquella misma tarde, durante el viaje de vuelta a Ermua, tomó la decisión que sería su condena: formaría parte de las listas del Partido Popular en la próxima cita electoral. Él no lo sabía, pero estaba emulando la misma actitud rebelde y generosa de su admirado Gregorio Ordóñez. Goyo se afilió al partido político más perseguido, en el año más brutal y en la provincia más peligrosa. Desgraciadamente no fue el único paralelismo.

Los dos tuvieron el mismo final, y a manos del mismo asesino: Francisco Javier García Gaztelu, alias 'Txapote'. Mató a los dos de manera cobarde. A Goyo de espaldas, sin posibilidad de defenderse; a Miguel Ángel arrodillado y maniatado, después de mantenerlo inmovilizado durante 48 horas en el maletero de un coche. Según la sentencia, José Luis Geresta, alias ‘Oker’, sujetaba a Miguel Ángel mientras ‘Txapote’ le disparaba en la cabeza. Calibre 22. A cañón tocante. “¡Cómo voy a comer si están matando a mi hijo!”, le dijo en aquél momento Consuelo Garrido a un familiar.

El Gobierno de Aznar anunció desde el primer momento que la democracia española no se sometería al chantaje terrorista. El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, fue consciente en todo momento de que no se enfrentaban a un secuestro sino a "un asesinato a cámara lenta". Y no se cedió.

El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, fue consciente en todo momento de que no se enfrentaban a un secuestro sino a "un asesinato a cámara lenta". Y no se cedió.

Un escalofrío recorrió España entera, de Cádiz a San Sebastián y de Valencia a La Coruña. Toda la nación se echó a la calle. Los cálculos hablan de seis millones de personas en total. En todas las ciudades, grandes y pequeñas. Amas de casa, obreros, estudiantes, políticos, trabajadores y jubilados. Aquel día muchos desconocidos lloraron juntos y los agentes de la Ertzaintza descubrieron su rostro. Había muerto un mártir, pero se había legado un espíritu. ETA elevó a Miguel Ángel a la categoría de símbolo común para todas las familias de España. Lo dijo su madre durante el funeral: "ETA no ha matado a mi hijo, ha matado al hijo de todos".

Han pasado 25 años de la rebelión cívica y política que se produjo contra ETA y su entorno y el actual Gobierno de España ha traicionado aquel espíritu de unidad moral. En un gesto cargado de siniestro simbolismo, Pedro Sánchez ha acercado al País Vasco al asesino de Miguel Ángel, que también lo es, al menos, de Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica y Fernando Buesa.

El acercamiento continuo de etarras o la entrega de las competencias penitenciarias al nacionalismo vasco sólo se pueden entender dentro de un proyecto político más amplio que incluye el desmantelamiento progresivo de los mecanismos de control al Gobierno y la desactivación de los contrapoderes habituales en toda democracia.

Han pasado 25 años de la rebelión cívica y política que se produjo contra ETA y su entorno y el actual Gobierno de España ha traicionado aquel espíritu de unidad moral

De la misma manera que consensos políticos como el Pacto de Ajuria Enea o el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo fueron imprescindibles para lograr la derrota operativa de ETA, la quiebra de esos consensos ha sido la condición necesaria para reactivar su maquinaria política. Porque, si bien los instrumentos logístico y operativo de la banda fueron totalmente neutralizados, su aparato político está más activo que nunca. Y si esto es así es porque el Partido Socialista les ha proporcionado un salvoconducto político.

Está ocurriendo en el País Vasco, en Navarra y en las Cortes Generales, donde Sánchez ha hecho del brazo político de ETA un insólito aliado de su Gobierno. La cobertura moral y política que la izquierda está prestando a los herederos de ETA es uno de los episodios más nauseabundos que se han dado en los más de 40 años de democracia.

Hoy es socio del Gobierno un partido que no condena los crímenes de ETA, que recibe entre vítores a sus pistoleros y que no ha colaborado en la investigación de ninguno de los 379 crímenes que aún quedan sin resolver. Hoy Bildu decide investiduras, aprueba presupuestos y hasta reescribe la Historia de España a través de una ley que dilatará el franquismo hasta los años 80, deslegitimando así la Transición, y su mayor obra: la Constitución española. Por ella, por España y por la Libertad murió Miguel Ángel Blanco.

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