Acaba de morir, en su huerto de Igueldo, en brazos de Irene, su mujer, y de Nahiko, su hijo, Mikel Azurmendi. Las apresuradas notas de prensa que dan la noticia señalan que tenía 78 años, que era antropólogo, filósofo, profesor de Universidad, que había sido de la primera ETA, que había abandonado esa organización cuando decidieron que iban a empezar a matar, que había trabajado como emigrante en Alemania y en Francia, que había estudiado en la Sorbona, que había sido profesor de la Universidad del País Vasco, que fue uno de los fundadores y primer portavoz del Foro de Ermua y de la plataforma "Basta Ya", que había escrito muchos libros, en los que aborda muchos y muy variados asuntos: desde estudios antropológicos sobre la cultura vasca, la brujería, el nacionalismo o la inmigración a reflexiones filosóficas y religiosas, pasando por apasionantes novelas en las que trata conflictos y situaciones del mundo del terrorismo y, también, del carlismo de la Guerra Civil, o escritos autobiográficos. Todo eso da testimonio de una vida llena, llena de vida, de pasiones intelectuales, políticas y vitales.
Además de su extraordinaria personalidad, la obra de Mikel Azurmendi es el mejor antídoto contra esa peste del nacionalismo
Pero la personalidad de Mikel Azurmendi no se puede conocer sólo con la referencia a lo que ha hecho, ha dicho y ha escrito a lo largo de su intensísima vida. Y una vida más llena de intensidad, de entusiasmo, de alegría, de sentido del humor, de estudio y de acción es imposible imaginar.
Las raíces del amor humano
Para conocer en profundidad a este hombre absolutamente único, es imprescindible reconocer que toda su vida, desde que aprendió a ayudar a misa como monaguillo a los siete años hasta hoy, cuando ha muerto a la espera de presentar su último libro, El otro es un bien, ha estado guiada por ese mandamiento de Jesucristo de "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Toda su trayectoria vital, todas las decisiones que ha ido tomando en la vida, todas sus acciones políticas y todos sus escritos han estado siempre guiados por ese amor al prójimo, que Mikel ha cultivado como nadie. Si se metió en el seminario de San Sebastián cuando era un crío, si se salió para comprometerse políticamente, si estuvo en ETA, si se salió de ETA, si se fue a ser obrero en Alemania y en París, si estudió en La Sorbona, si fue profesor, si se partió la cara en su lucha contra los asesinos vascos, si se fue a estar con los inmigrantes a El Ejido, si escribió todo lo que escribió, si seguía indagando en las raíces del amor humano, todo eso, aunque quizás ni él mismo se daba cuenta, lo hizo por fidelidad a ese mandamiento cristiano de amar al prójimo. Lo sabemos muy bien los que hemos tenido la suerte de ser sus amigos, a los que nos dedicó un largo y emocionante escrito cuando, hace unos años, estuvo a punto de morir por una enfermedad pulmonar y en el que nos decía que no se había muerto porque no quiso darnos ese disgusto. Ese disgusto que ahora nos ha dado.
Sólo queda desear que igual que sus muchos amigos le admiramos incondicionalmente, sean también muchos los que se interesen por su extraordinaria personalidad y por su obra, que, entre otras cosas, es el mejor antídoto contra esa peste del nacionalismo, y que los que queremos una España de ciudadanos libres e iguales reconozcamos en Mikel Azurmendi a uno de los mejores.