Cuando empezó la pandemia, nuestro querido presidente, haciendo gala de su crónica petulancia, proclamó que había llegado el momento del Estado. Los aún hoy en día liberales, tan escasos que cabríamos en el famoso taxi de Joaquín Garrigues, pusimos el grito en el cielo. Luego vino la gestión sanitaria más calamitosa del planeta, una gestión tan profundamente estatal que negó cualquier colaboración privada incluso para la compra de material sanitario… ¡En China! Parece que ni aún así aprendieron que el Estado no tiene una varita mágica y que el mundo es bastante más complejo de lo que pueda suponer para un recién llegado a la Moncloa.
Cuando mal y tarde afrontaron el gravísimo problema económico que la covid-19 suponía, lo hicieron sin cambiar un solo paso del baile ¡Otro desastre sin paliativos! Ningún Gobierno se ha esforzado más en arruinar sectores claves de nuestra economía, como son el turismo o la automoción. Y claro, en lugar de desregularizar y dejar que nuestro talento y esfuerzo nos saquen a flote, ahora lo confían todo a un 'maná' que nos va a llegar de Europa. Y tiene que venir de allí (avalado por nosotros y aumentando la deuda pública, por cierto) porque Montoro y compañía dejaron las arcas del Estado sin margen de maniobra alguno.
El 'franquismo sociológico'
En el terreno político, la cuestión es simplemente una inmundicia. Destruidos por la incompetencia sanitaria y también económica, ahora Sánchez se dedica a aglutinar a la mayoría Frankenstein que lo soporta (nunca mejor dicho) dividiendo la sociedad hasta el paroxismo. Se empecinan en promover una Ley de Memoria Histórica (con mayúsculas) para enturbiar cuarenta años de convivencia y solidaridad social, el hoy en día tan denostado 'franquismo sociológico' que al menos debería analizarse. Mantener el respeto en estos tiempos de 'revisionismo histórico' es más difícil. Y es que la deformación de la realidad es algo que apasiona a la izquierda global, no sólo a la nuestra. Si no, vean el zarandeo al que están sometiendo al pasado colonial del Imperio Británico y a figuras como Churchill o Kipling.
Como lo hizo la izquierda de la República tardía en Madrid, cambiando el nombre de la Calle Mayor por el de Calle de Mateo Morral, terrorista que lanzó una bomba al rey Alfonso XIII
Esta obsesión revisionista viene de lejos. Ya decía Baroja de los progresistas de su época que “les han fallado las estatuas”. Así reprochaba don Pío la incapacidad de la izquierda para generar símbolos aglutinadores. Y así se entiende que cuando consiguen el poder lo utilicen para maquillar la realidad, a veces de manera tan criminal como lo hizo la izquierda de la república tardía en Madrid, cambiando el nombre de la Calle Mayor por el de Calle de Mateo Morral, terrorista que lanzó una bomba al rey Alfonso XIII -precisamente en esa calle- el día de su boda. El rey y la reina salieron indemnes, pero Morral provocó veinticinco muertos y más de cien heridos. Habría que esperar muchos años para que otro ataque terrorista batiera el siniestro récord de tan insigne personaje.
Hilvano con otra de las innovaciones de nuestro fatuo presidente, como es el blanqueo de ETA. Su pésame por el suicidio de Igor González (curioso apellido para un terrorista vasco) no fue un lapsus ni tampoco la dádiva de un espíritu generoso, sino una concesión política en toda regla buscando apoyos. Imaginen a Redondo y compañía negociando hasta altas horas de la madrugada en la Moncloa las palabras que espetaría su patrono; no irán descaminados…
El peor Gobierno
A tenor de lo anterior, es difícil obviar el juicio que hizo Abascal afirmando que estamos ante el peor Gobierno de los últimos ochenta años, aunque luego aumentó el período a ochocientos. Y tiene razón; la democracia no sirve para blanquearlo todo. Se puede ser tonto, inútil, zafio o ruin y también demócrata. Si este Gobierno hubiera tenido el poder a principios del siglo XVI, en lugar de un tal Carlos de Gante, hoy España sería otra y en la mayor parte de América no se hablaría español.
A los que sí se parece el nuestro es a los gobiernos incompetentes y sectarios de la II República que nos llevaron a la Guerra Civil, pero no nos alarmemos: el contexto y la renta per capita de los españoles es muy diferente a la de aquellos tiempos y el mayor daño que puede causar nuestro estúpido, ruin y previsible Gobierno, además de arruinarnos y aumentar exponencialmente la mortalidad provocada por el coronavirus, es hablar de más y cambiar el nombre de algunas calles.
A los herederos del taxi de Garrigues nos gustaría que nos dejaran simplemente en paz. Esa es -apelar al talento y al esfuerzo de los españoles- la única solución para que podamos salir de esta espantosa crisis... Así se hizo en democracia y también durante la dictadura, y muchos siglos antes.
(Artículo elaborado en colaboración con Jorge Fernández Sastrón, empresario)