Se llamaba Florencio. Para mí no era más que el borracho del pueblo de mis abuelos, al que siempre veía sentado en la barra del bar, con la única compañía de una copa de anís. Entre murmullos y sollozos, repetía para sí mismo incesantemente: “Que Dios os perdone, hijos míos, que Dios os perdone”.
Una tarde, después de dar un paseo con mi abuelo por el monte, entramos al bar para tomar un refresco.
Allí sentado estaba, como siempre, el borracho del pueblo. Mi abuelo lo miró y me pidió que esperara en la puerta. Se acercó a Florencio y, apretándole con cariño un hombro, le habló en tono calmado:
-Florencio, hombre, vete a casa, no te castigues más.
Pero el hombre no pudo ni responder, empezó a llorar y siguió con sus rezos: “Que Dios os perdone, hijos míos, que Dios os perdone…”
Mi abuelo regresó a la puerta del bar y me convenció para ir a tomar el refresco a casa. De camino, íbamos los dos muy callados, hasta que rompí el silencio:
-Abuelo, ¿de qué conoces al borracho del pueblo? Si a ti no te gustan los bares.
-Hija, todo el mundo en el pueblo se conoce. Y todo el mundo conoce a Florencio.
-Sí, pero la gente no le habla como has hecho tú.
-¿Quieres que te cuente la historia de Florencio, hija? Es un hombre que sufre mucho.
Así es como empezaban todas las historias de mi abuelo, con un “quieres que te cuente la historia de…”. Yo asentía con la cabeza y él empezaba a recordar en voz alta:
<< Esto pasó cuando la guerra, hija, que ya te he dicho que la política envenena las cabezas de algunas personas y la guerra las transforma. Florencio, con su hermano Ramiro, cada uno con un fusil al hombro, porque así se lo habían mandado, se presentaron una mañana en la iglesia del pueblo y sacaron al párroco a rastras. Le daban patadas y le gritaban: “¡Levántate, cura! ¡Camina!”.
El párroco solo les decía: “Pero Ramiro, Florencio, ¡qué os he hecho yo! Si os he visto nacer, si os he bautizado y os di la primera comunión. Que me conocéis desde siempre. ¿Qué mal os he hecho yo?”
Pero Ramiro y Florencio no escuchaban al párroco, lo llevaban a empujones camino del monte, atravesando todo el pueblo. Todo el trayecto, por todas las calles, el párroco repetía lo mismo: ¿Qué mal os he hecho yo?”. La gente del pueblo le oía desde las casas, pero nadie salió a ayudar al cura. Había miedo.
Ramiro, Florencio y el párroco subieron al monte. Se escucharon dos disparos, como dos truenos, y después aparecieron Ramiro y Florencio de nuevo, con el fusil colgado del hombro, pero el cura ya no volvió.
Todos tuvimos que aprender después a olvidar y a perdonar muchas cosas. Pero yo creo que si a Florencio no le hablan no es por odio, sino porque él les recuerda, sin quererlo, las súplicas del párroco
-¿Y por eso la gente no le habla y le mira mal, abuelo? ¿Porque mató al cura del pueblo? – Interrumpí con las lágrimas llenándome los ojos.
-No, hija, no. En la guerra se hicieron muchas barbaridades, en Madrid, donde estábamos nosotros, aquí en el pueblo y en todas partes. Todos tuvimos que aprender después a olvidar y a perdonar muchas cosas. Pero yo creo que si a Florencio no le hablan no es por odio, sino porque él les recuerda, sin quererlo, las súplicas del párroco y su propia vergüenza de oírle pedir ayuda y quedarse en casa.
-Entonces, ¿tú sí le hablas porque no estabas aquí y te da pena?
-No, no es por eso. Yo le debo mucho a Florencio. ¿Te acuerdas de mi primo Venancio? ¿El que me dejó un dinero al terminar la guerra para comprar un taxi? Pues poco después de lo del párroco, a mi primo Venancio y a unos cuantos más les sacaron de sus casas una noche y se los llevaron detenidos.
-¿Pero qué había hecho tu primo?
Florencio, que estaba prendado de la hermana pequeña de Venancio, se acercó a él y le dijo: “Venancio, te tienes que escapar esta noche, porque al amanecer os matan a todos”
-Pues no se sabe bien. Entonces valía con que alguien dijera que eras esto o lo otro, que pensabas así o asá, para que te llevaran preso. Así que estaban en el cuartelillo, sin saber muy bien qué iba a pasarles, cuando apareció Florencio. Su hermano Ramiro había fallecido, no sé muy bien qué le pasó. Florencio, que estaba prendado de la hermana pequeña de Venancio, se acercó a él y le dijo: “Venancio, te tienes que escapar esta noche, porque al amanecer os matan a todos”. Dejó la puerta abierta y se marchó.
-¿Y se escaparon todos, abuelo?
-Algunos. Los que no se lo podían creer se quedaron y los fusilaron por la mañana. Venancio y otros se escaparon y marcharon lejos para que no les encontraran. Así que Florencio salvó a mi primo, mi primo al acabar la guerra me ayudó a mí y hoy tenemos lo que tenemos gracias a Venancio y a Florencio.
-Pero, abuelo, si salvó a muchos y solo mató a uno, ¿por qué sufre tanto?
-Porque ese uno pesa más y él no se perdona. Él castiga su memoria con la bebida, para que la memoria no le castigue a él, pero eso no funciona así. En su cabeza aún escucha los llantos del cura, que lo último que les dijo a él y a su hermano, antes de que le dispararan, fue: “Que Dios os perdone, hijos míos, que Dios os perdone”.>>
Esta no es una historia de mujeres, no eran trece, no hay apodos poéticos ni florales y nadie hoy exige el recuerdo de sus protagonistas, que son muchos. Es solo una historia que me contó mi abuelo, por la que yo dejé de referirme a Florencio como “el borracho del pueblo” y le empecé a llamar por su nombre.
Sor Intrepida
Esperemos que no vuelvan a ocurrir semejantes aberraciones.
123probando
Gracias por la historia. Cómo estás historia subo millones . Una en cada familia. Pero nuestros padres supieron perdonar y olvidar. Sin embargo algunos políticos buscan sus votos reviviendo el odio y el horror.
Didac Fontdelgat
Esto es lo que quieren revivir el PSOE y U. Podemos. Guerracivilistas y profesionales del odio.
agplanas
¡¡¡sin Palabras!!! 💚💚💚
visifuz
Que horror la guerra, y que duros acabamos siendo con nosotros mismos en nuestra mente. Pobre cura y pobre Florencio. Malditas guerras que mueven odios sin sentido.