En una excursión por la ciudad de Obuda (Budapest), la guía que nos acompañaba al llegar ante un conjunto de piedras desordenadas, cayó presa de una gran agitación y con exclamaciones admirativas nos indicó que las mismas eran los restos de un pequeño anfiteatro romano, pues hasta allí, justo, llegó Roma. La pobre guía quedó estupefacta ante el grupo de españoles que, impávidos, mirábamos con más conmiseración que otra cosa, aquellas pobres piedras milenarias. Los comentarios empezaron a ser jocosos: “Anda que si ésta ve el teatro de Mérida le da algo”, y cosas por el estilo. La esforzada guía hablaba muy bien el español pero posiblemente desconocía el peso de nuestra historia.