“Por nacionalismo quiero referirme primero al hábito de asumir que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que grupos enteros de millones de personas pueden razonablemente ser etiquetadas como “buenas” o “malas”. Pero en segundo lugar –y esto es mucho más importante- quiero referirme al hábito de identificarse uno mismo con una determinada nación u otra unidad, colocándola más allá del bien y del mal y no reconociendo otro deber que el de apoyar sus intereses”. La cita pertenece a George Orwell, seudónimo del escritor y periodista inglés Eric Arthur Blair, autor del celebrado “Homenaje a Cataluña”, un libro que, entre otras cosas, constituye, años antes de que el gran maestro Goebbels, ministro de propaganda de la Alemania nazi, elevara la técnica a la categoría de arte, un eficaz prontuario sobre cómo la mentira utilizada como arma de propaganda puede llegar a manipular a millones de seres humanos hasta hacerles cambiar el sentido de sus vidas.
Orwell, maestro también a la hora de advertir sobre la amenaza de los totalitarismos (el “Big Brother”) para las libertades, hubiera alucinado en la Cataluña de 2014 asistiendo en primera fila al éxito propagandístico cosechado por el Gobierno de la Generalitat en su remedo de consulta. Dando por buenas las cifras suministradas por los organizadores de la farsa, que ya es dar, 1.861.753 de los 7.571.000 habitantes con que cuenta Cataluña dieron el “sí” a la independencia: el 24.59% de la población catalana. “Éxito total”, se apresuró a ventear Artur Mas. “Hemos ganado la semifinal por goleada; jugaremos la final cuando nos convenga”, desafió ayer uno de sus generales. Semifinal ganada por incomparecencia del contrario, porque el Gobierno central había salido de puente (ayer era festivo en Madrid) y porque los millones de catalanes que dieron la espalda al esperpento estaban en sus casas guarecidos, descorazonados, francamente deprimidos en muchos casos ante el espectáculo que se vivía en las calles de Barcelona.
La propaganda es la clave del arco sobre el que descansa todo proyecto nacionalista
Maestros de la propaganda. Una materia en la que el Gobierno Rajoy no llega ni a la categoría de aprendiz. Es la clave del arco sobre el que descansa todo proyecto nacionalista, sea democrático o totalitario, la propaganda, la eficaz utilización de los medios de comunicación de masas para transformar el yo individual, capaz de responsabilizarse de sus actos, en el “nos” plural, en esa mente grupal en el seno del cual el individuo pierde su identidad y se ve arrastrado por la masa, hasta el punto de abandonar su sistema de valores para abrazar el del grupo. El triunfo de la propaganda. “Pero Fulano, ¿no vas a ir a votar? Anímate, hombre, ¿vas a ser el único de la familia que no lo haga?”. Me contaba ayer un amigo barcelonés. Se lo decía su madre, emocionada; le animaba su propia madre, “hasta tu padre dice que va a ir, aunque solo sea por chinchar a Rajoy”, y era peor el vecino de al lado, hijo de emigrantes murcianos venido a más, encantado con su estelada, nacionalista tirando a nazi, que se decía dispuesto a intentar votar en varias mesas, porque para él “no participar en el procés te convierte en reo del peor españolismo, corresponsable de la mierda de los Monagos, la corrupción de los Granados y por ahí…”
Hasta Jordi Pujol fue a votar (La Vanguardia, antaño Española, que está ahora peor que con Antich, escondió cuidadosamente su foto), y dijo sentirse muy contento el padre putativo de la Cataluña nacionalista. Es de suponer que también votarían sus hijos, enriquecidos todos en esta España que ens roba, y votado igualmente habrán esas elites corruptas acostumbradas desde el principio de los tiempos a sacar su pasta a Andorra y/o Suiza en cuanto hacen cuatro duros, no confundir la patria con la pela, que el nacionalismo es así, solo tiene memoria para los pecados ajenos. Sabemos de sobra que Cataluña encabeza el ranking de la corrupción española, pero eso no importa, lo que importa es votar una patria distinta, una patria mejor en la que, según Mas, correrán ríos de leche y miel. A los 2 millones de catalanes abducidos por el discurso independentista, la corrupción de CiU les importa un bledo. Se han convertido en lo que Elias Canetti, en su “Masa y Poder”, denomina “masa de acoso”: “aquella que se forma teniendo como finalidad la consecución rápida de un objetivo que es conocido y está señalado con precisión; se encuentra, además, próximo. Con decisión incomparable avanza hacia la meta, y es imposible escamoteársela. Todos quieren participar; todos golpean”.
La batalla internacional
“Nos queda por ganar la batalla internacional”, dijo ayer Francesc Homs, el ministro de propaganda catalán, y en eso está la Generalitat, a ello se dedica en cuerpo y alma esa cosa llamada DIPLOCAT (Consejo de Diplomacia Pública de Cataluña), que el domingo invitó a Barcelona y a cuerpo de rey a cientos de periodistas extranjeros, todos a gastos pagos, un misterio la pasta que esta Cataluña étnica se está dejando por el camino en su viaje a la Ítaca de la independencia, una Cataluña a la que es preciso rescatar de la suspensión de pagos desde Madrid, pero eso tampoco cuenta, eso no vale, lo que importa es que gracias a los euros de DIPLOCAT nos dedicamos a comprar la voluntad de periodistas, políticos y diplomáticos foráneos, periodistas dispuestos a escribir después elogiosos artículos sobre el “dret a decidir”, como ese escribidor de Bloomberg que la semana pasada titulaba que “la corrupción en España puede hacer a Cataluña independiente”, porque, claro está, en Cataluña no hay corrupción, en la República Independiente del 3% todo es virtud pública y vicios privados.
En Madrid miran, sí, hacia otra parte, bueno, no, también firman con diligencia los cheques de la Generalitat
Mientras, por la ribera del Manzanares, los responsables del Estado se dedican a tocar la lira, mientras sus corazones reverberan ante el espectáculo de los cielos velazqueños que el otoño madrileño recrea contra el perfil de la sierra. (“La razón importante del rápido crecimiento de la masa de acoso es la ausencia de peligro. No hay peligro porque la superioridad de la masa es enorme. La víctima nada puede contra ella. O huye o queda atrapada. En su indefensión es solo víctima”). En Madrid miran, sí, hacia otra parte, bueno, no, también firman con diligencia los cheques con los que la Generalitat podrá seguir pagando a sus funcionarios (ayer mismo garantizó a los sindicatos de la Función Pública que en 2015 recuperarán la paga extra, y volverán a tener 12 pagas ordinarias y 2 extras), sosteniendo DIPLOCAT, la Asamblea Nacional Catalana, el Òmnium Cultural y lo que sea menester sostener con el dinero de Madrit.
Ayer era su día y, como estaba previsto, fue un éxito sin necesidad de que Mas lo dijera, un éxito enorme, porque a ver en qué libreto nacionalista no estaba escrito que lo de ayer iba a ser un éxito sin precedentes. (“Es una empresa tan fácil y se desarrolla con tanta rapidez que hay que darse prisa para llegar a tiempo. La prisa, la euforia y la seguridad de una masa semejante tienen algo de siniestro. Es la excitación de unos ciegos tanto más ciegos cuanto que de pronto creen ver”). Votaron, es un decir, los mismos que, más o menos, hubieran depositado la papeleta en cualquier circunstancia, menos de un tercio de la población catalana, en todo caso, menos de los que en junio de 2006 apoyaron la segunda versión del Estatut impulsada por el inane Zapatero (2.546.235 frente a los 2.305.290 del domingo), y si aquel 18 de junio dieron el “sí” al mismo un total de 1.881.765 personas, ahora la cifra se ha reducido a 1.861.753. Esa es la dura realidad tras años de bombardeo inocuo, de propaganda infecta, de odio inoculado en vena contra la fraternidad entre españoles. Y naturalmente de desgobierno o de no-Gobierno. De mala calidad democrática. De corrupción. Esa es la gran victoria que el separatismo burgués logró ayer: menos votos para el “sí” que en junio de 2006, y ello con todo a favor y sin contrario en frente, sin nada que estorbara en frente.
Los catalanes que no apoyan la sedición no cuentan
Para el separatismo, los 5,7 millones de catalanes que no apoyan la secesión no cuentan, son ciudadanos de segunda categoría, sombras apenas que la niebla difumina por la rambla de la resignación (“La soledad en su forma más rigurosa es el castigo extremo que la masa impone al individuo que se aparta del grupo”, Canetti, en fin), porque para la propaganda nacionalista esos catalanes no existen, el “pueblo catalán” son esos dos millones, largos o escasos, como quieran, ganados para la causa. Lo cual que no se entiende la modestia de los organizadores de la charlotada porque, ya puestos, en un sucedáneo de consulta que no gozó de las mínimas garantías democráticas, donde cualquiera, desde cualquier lugar del mundo, podía inscribirse y votar, no se entiende, digo, que la Generalitat no haya proclamado a los cuatro vientos que han sido tres los millones que votaron anteayer, tres o cuatro, mejor cinco ya puestos, porque al final hubiera dado lo mismo, y mejor una vez rojos que cien colorados. Ahí han faltado reflejos, porque en Nueva York no hubiera dejado de tener su aquél decir que el 70% de la población catalana aprueba la independencia. Un fallo impropio, en fin, de los maestros del agitprop.
Han perdido el sentido común pero han ganado la batalla de la propaganda, y ganarán a este paso la otra, la de la independencia, la de la ruptura de España, si el resto de España, sobre todo Madrid, no despierta de su mortal letargo. El 9-N ha sido una charlotada que la inacción del Gobierno y el descaro de los sediciosos han convertido en la mayor afrenta a la Constitución –a la Ley, en definitiva- conocida hasta ahora. No caben engaños. Los capos de la Generalitat, con el desafiante Mas al frente (“El responsable soy yo”) están decididos a seguir por la senda no ya de la deslealtad institucional sino de la más flagrante rebelión. La ruptura de España ha dejado de ser una entelequia para convertirse en un peligro cierto que amenaza la paz y la prosperidad, desde luego las libertades, de todos los españoles, incluido los millones de catalanes no secesionistas. Un peligro que a muchos parece tan cierto como el intento de golpe de Estado del 23-F. Mariano Rajoy y su Gobierno no pueden permanecer mudos, no pueden quedarse quietos. Y si lo hacen, tendrán que ser los ciudadanos de a pie quienes se movilicen y se echen a la calle. Empieza a estar mucho en juego.