Opinión

Somos la orquesta del Titanic

Estamos en una guerra donde los ejércitos se disputan el papel de víctima

Metidos en trincheras, pero con los instrumentos a todo rendimiento para complacer sobre todo al capitán, que es el que manda y paga, y luego dedicarnos a distraer a los que están encerrados en el salón. Valses para alegría de las parejas sin complejos y mucha polka que con su galope nos evita escuchar el ruido de lo que está afuera y amenaza con engullirnos. No me canso de repetirlo: estamos en una guerra donde los ejércitos se disputan el papel de víctimas.

Es una obviedad que la presidenta de la Comunidad de Madrid debería pedir auxilio o retirada antes de que las contingencias la conviertan en letal para la ciudadanía. También es cierto que se ha convertido en el sparring ideal de unos boxeadores marrulleros, tan incompetentes como ella, pero mejor surtidos de artillería defensiva. La primera evidencia de esta etapa borrascosa se reduce a exigir esas condiciones imprescindibles para hacer política: saber mandar, tener ideas claras y que no se note demasiado que el lado golfo de salvar la poltrona arrasa con las obligaciones éticas del cargo.  Ayuso no pasa la prueba, pero ni es la única ni constituye una excepción.

Hay que atender a la parroquia y encandilar con mentiras a los parroquianos

Acabo de leer que sólo Uganda, según escribe disimuladamente el diario oficial de la mañana, tiene una cuota de infectados superior a España. Atrás se quedan las estadísticas europeas; lo nuestro se ha convertido en catástrofe. ¡Venga una polka! Lo dice “The Lancet”, la biblia de las revistas científicas, y lo repetimos con la boca pequeña para no asustar. ¡Más fuerte esos metales! Alguien además de echar culpas a diestro y siniestro, y de proclamar que no debemos provocar miedo -¿a quién?- debería estar dedicado a variar el curso de la tragedia. Pues no; hay que atender a la parroquia y encandilar con mentiras a los parroquianos. El Presidente, en un gesto inaudito, una provocación, envía un telegrama a Bildu porque siente “profundamente” el suicidio de un militante de ETA que cumplía condena. Nada se produce por casualidad o sentimentalismo y menos tratándose de un ejecutor insaciable como Sánchez. El gobierno Frankenstein exige víctimas y nosotros somos los más cercanos y más indefensos. ¡Es el momento para un vals! Silencio en el salón, atentos a la danza. 

Seguimos sumando contagios, incompetencias, ucis y muertos

Apartémonos de la orquesta. La política del presidente Sánchez es más divisoria que la de ese Rastro de antigüedades que es Vox. Ellos ni gobiernan, ni tienen la más mínima posibilidad de hacerlo, si bien dan mucho de sí como guiñol al que tirar los huevos podridos. Ni Casado ni su pringoso partido tienen muchas posibilidades de recoger todo lo que Sánchez divide, humilla y desprecia. Es la ciudadanía cada vez más profusa de los que se van a casa y bastante tienen con sobrevivir a la pandemia. Diga lo que diga la Fiscalía, que es el Gobierno, como admitió con descaro el jefe de la banda, el Presidente tiene una responsabilidad capital en la catástrofe que llevamos viviendo meses y sin atisbo de una mejoría. Con ese descaro de quien sabe que la ruleta en la que apuesta está trucada, ha concedido a las autonomías el derecho a la quiebra social y sanitaria. ¿No querían transferencias? Pues ahora las tienen todas.

Seguimos sumando contagios, incompetencias, ucis y muertos, pero parece que lo importante es saber cómo sortean la pareja de sobrevenidos -Sánchez e Iglesias- las dificultades para no apearse. Y sin que les caiga un pelo. Cada uno dice lo que le interesa para la batalla que se avecina. ¿Cuál será el señuelo? Si Vox ni el PP dan ya más de sí, qué nuevo truco se sacarán de la manga. Algo traman, cada uno por su lado, cuando el portavoz gubernamental de la mañana bajo la firma del inefable Carlos Elordi Cué, pronostica que Sánchez tiene casi garantizadas ¡dos legislaturas! Y eso con el agua que ha entrado hasta la sala de máquinas. ¡Otro vals, éste para los nostálgicos y creyentes! La eminente nadería de un veterano asesor de orquesta, Enrique Gil Calvo, propone llevar al PP ante los Tribunales acusado de “desobediendia” por no facilitar la renovación de las instituciones que para sí quieren los nuevos. No les basta con lo que tienen, lo quieren todo, incluso cuando el adversario lleno de mierda hasta las cachas pide árnica para lavarse; lo quieren ver mendigando a la puerta de una casa okupa.

Todo ha cambiado y todo es más de lo mismo, variante castiza de Lampedusa. El movimiento okupa en los años de la fiebre de la vivienda tenía un sentido rompedor y de resistencia. Eran malos tiempos para los buscadores de un techo digno. Ahora es una privanza mafiosa, que no existe según Iglesias, y tiene razón, si volviera a la casa que se jactaba de mantener en el Puente Vallecas comprobaría la diferencia entre la marginalidad social y el bienestar de un chalet en Galapagar. La casta es contagiosa, como el coronavirus, pero más selectiva.

Sólo en Cataluña y como si fuera el fondo de una polka sardanística, que también las hay, se ha dado breve noticia de un juicio singular que se está celebrando en la Audiencia de Barcelona. El edil socialista de Sant Adriá del Besós, un barrio marginal de la Gran Ciudad suicidada, llegó a un acuerdo con un clan gitano para garantizar que las viviendas sociales no fueran ocupadas. 400 pisos, de los que se entregaron las llaves legalmente a apenas 30. El clan gitano de Ángel Amaya, “Tío Cristina”, llegó a un acuerdo con el concejal Juan Carlos Ramos para no ocupar los pisos recién construidos. Un abono mensual; como la protección mafiosa de la Sicilia irredenta. El asunto salió a la luz ahora porque el patriarca, el “Tío Cristina”, tiene 79 años y no quiere ir a la trena. Pero ¡deténgase la orquesta un momento! Esto empezó en el año 2012 y nadie cuenta qué pasó luego con las viviendas tan bien protegidas. Lo único cierto es que el concejal socialista Ramos sigue en su puesto, como una partitura olvidada. Eran viviendas para gente humilde, sin ambiciones de chalets ni de piscinas, como hay tantas en el Puente Vallecas y en las grandes ciudades.

En un texto antológico Lucía Méndez escribía unas líneas que no necesitan orquesta ni músicas celestiales presupuestarias: “Al paseante le salen al paso las jóvenes que piden comida en los supermercados, las colas en los comedores sociales, las personas de clase media que piden cartones de leche, la exclusión callejera de los barrios infectados. Y se pregunta cómo y cuándo estallará el dolor social embalsado”.

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