La costa del Mediterráneo español es el derredor natural más destruido del planeta. El porcentaje de ese litoral que ha perdido su parecido con las condiciones de partida supera el 50% de media. Una veintena de municipios han urbanizado la totalidad de su línea costera. Entendiendo, es más, como tal los primeros 500 metros tierra adentro. Hay, por supuesto, distintas categorías. Así, a la cabeza figura Málaga con un deterioro de hasta 67%, Alicante alcanza el 59%, Barcelona el 58% y Valencia supera el 47%.

Entre las innumerables torpezas que conlleva la búsqueda y ejercicio del poder destaca sin duda lo que sucede. Quiero decir que nadie mejor que la actualidad explica las servidumbres de nuestros servidores públicos. Tan serviciales ellos con lo que no sirve. Me refiero, por supuesto, a que sucede todo lo contrario de lo estrictamente necesario y prometido.  Dolor que se abraza a aquello de que solo deberían ejercer poder los que se sientan realmente comprometidos por convencimientos y conocimientos. Es decir con los aspectos, proyectos y esperanzas de los adscritos o afectados por la realidad social que van a administrar. De ahí el tan común despropósito de que, por ejemplo, no sea docente el que hace de ministro de educación o nada sepa de medicina el de sanidad.