Leo en un periódico que los moradores de una aldea serbia viven atemorizados porque un vampiro, el antiguo molinero del pueblo, ha vuelto. Y hay muertos. Y todo es colocar crucifijos por doquier y adornar de ajos ventanas, dormitorios o llevarlos en los bolsillos. Y en efecto, recordé mi estancia en Serbia y como en algunos lugares el miedo al vampiro es, hoy en día, una realidad que ni siquiera la cruel guerra pudo desbaratar.